Opinión

Símbolos

Pues la verdad es que, visto el esperpento de ayer, quizá proceda reclamar en serio la necesidad de que no pocos/as diputados/as de la Cámara autonómica repasen a fondo la estrategia desde la que se plantean algunos asuntos que, por su propia naturaleza, deberían ser tenidos por comunes y tratados en consecuencia con el respeto colectivo que se merecen. Un tratamiento que no se le dio ayer al Himno Gallego, objeto de un ejercicio bochornoso de multi/apropiación particular que, en todo caso, resultaba indebida.

Lo más probable es que a estas horas sus señorías anden a la greña para imputar la responsabilidad de una bronca que empezó como un sainete y remató como una ópera bufa. Y, en ese sentido, da igual que se tenga a don Roberto Castro como un provocador o al señor diputado Cerviño como un incendiario: todos rozaron el ridículo y algunos podrían incluso considerarse como aludidos de lleno en la estrofa que denuncia a los "imbéciles e oscuros": probablemente por eso haya quien se resista tanto a cantarla en público.

Lo ocurrido demuestra una vez más lo frágiles que son en realidad las propuestas de diálogo y las proclamas al talante que unos y otros -aunque también unos más que otros- repiten casi a diario. Y es que si la letra del himno provoca, a la hora de referirse a la nazón de Breogán, lo que provocó ayer al discutir si se canta o no, cuando llegue el momento de colocarla en el texto del Estatuto, si es que se pretende, se puede armar la de San Quintín; o, para ser más exactos, la de A Frouxeira, dicho sin el menor ánimo de incordiar.

Lo de ayer, aunque diferente, podría considerarse vinculado a otros, menos espectaculares pero también significativos, ocurridos con la retirada o disimulo de banderas -en este caso las españolas- en los actos de toma de posesión de algunos responsables provinciales de departamentos autonómicos. Y esos episodios demuestran no sólo que no se respetan algunos valores colectivos, lo que es ya criticable por sí mismo, sino que no se cumple la Ley, lo que -se mire como se mire- resulta sustancialmente peor.

Hay razones diferentes para esa crítica. La primera porque la apropiación de símbolos -por quien sea, conste- demuestra, como queda dicho, una profunda falta de respeto a los valores comunes asumidos por cientos de miles de gallegos que vivieron la Guerra Civil y por millones que no la vivieron. Y si no se trata de olvidar la historia -para que nadie se vea condenado a repetirla-, tampoco de dejarse condicionar por ella: sólo es preciso respetarla, y a quienes la hicieron.

La segunda razón es más prosaica: si quienes deben cumplir la ley los primeros no lo hacen, ¿cómo podrán exigir a los demás que lo hagan, por ejemplo reclamando el pago de impuestos...?

¿Eh...?

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