Opinión

ADRIANO M. DE MAGALLANES

La pobreza en el Sur

La noticia no deja de ser alentadora. De los 42 países más pobres del mundo, los que cargan con una deuda mayor, 18 de ellos, en su mayoría africanos, podrían ver canceladas sus deudas con los organismos de créditos multilaterales. Así lo ha anunciado el presidente del Banco Mundial como respuesta al plan presentado por el Grupo de los Siete países más industrializados.

Originalmente fundado en 1946 como parte de la política de la reconstrucción europea, el Banco Mundial pasó a concertar su actividad en la ayuda a los países menos desarrollados. Su ya larga historia está llena de aciertos y desaciertos. Sus planes para el incremento de la producción y el aceleramiento de las economías más pobres no siempre han coincidido con las circunstancias concretas de cada país. Y son muchos los casos en que sus recomendaciones han terminado por afectar drásticamente las condiciones de vida de millones de personas.

La política de concesión de créditos a gobiernos y empresas en condiciones ventajosas a medio y largo plazo ha terminado por generar una gigantesca bola de nieve que no deja de crecer, tanto como la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo.

Los planes de ajuste del Banco Mundial no advierten que en países de frágiles estructuras políticas y económicas no se pueden exigir disciplina fiscal, reducción del gasto público, liberalizaciones y privatizaciones. Una suma de medias que terminan por engendrar dramáticas consecuencias para los más pobres.

Economistas y politólogos, demógrafos y sociólogos se esfuerzan por encontrar las zonas erróneas de los sucesivos planes con que el Banco Mundial trata de aproximarse a la permanente crisis del Sur. Pero, quizá por lo evidente, la verdadera naturaleza del problema continua sin ser advertida.

Las desigualdades del comercio internacional y la precariedad de los proyectos de educación, independientemente de la corrupción de los gobernantes locales, constituyen dos de los ejes fundamentales sobre los que se sostiene la precariedad inalterable de los países pobres.

Mientras Estados Unidos, Japón y la Unión Europea mantienen el 80% de la producción industrial mundial, los países del Sur se ven relegados a depender de sus productos naturales severamente afectados por los aranceles proteccionistas de las naciones más poderosas, quienes, a su vez, subvencionan generosamente a sus propios productores agrícolas.

Es un ciclo, más que vicioso, putrefacto. Y nadie se atreve a romperlo. Los políticos no se arriesgan a pedir a sus ciudadanos, seamos un poco menos ricos para que otros sean menos pobres.

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