Opinión
ROGELIO G. POUSA
El oculto lenguaje del huracán
El hombre, desde su aparición sobre la tierra, se vio obligado a hacer frente a todo tipo de catástrofes. Casi con ritual puntualidad, junto a vientos y terremotos, a veces actuando en solitario y otras aunando sus indomables fuerzas, continúan causándole grandes daños. Pese a ello, la humanidad ha sabido siempre aceptar con sabia resignación esa inevitable realidad. Hace ya miles de años que a los olmecas, cuando habitaban las fértiles tierras del Delta del Mississipi, la invención del calendario les había permitido protegerse de la puntual llegada de los temibles fenómenos naturales. Si ante estas cíclicas manifestaciones de la naturaleza nada, o muy poco, podemos hacer, si es posible, y sobre todo totalmente necesario, impedir que abyectos intereses económicos lleven al Planeta a un final que, no por sobradamente anunciado, deja de ser menos trágico para todos. Relacionar el desastre de Nueva Orleáns con el agujero de ozono, con la peligrosa contaminación del medioambiente y hasta con la ineptitud de las autoridades de Washington para hacerle frente al Katrina, es algo admitido en todo el mundo por una sociedad cada día más preocupada por su incierto futuro. Pero, no dudando que todas esas realidades hayan actuado en una misma dirección causando la catástrofe del Golfo de México, todas ellas son fruto de un mismo rizoma. No son más que ramificaciones de una estructura que crece contra las leyes fundamentales de la razón. Por eso, lo que más ha irritado al Poder que Bush todavía representa, es la imagen de falta de humanidad e insensibilidad que han proyectado de un extremo al otro del Planeta. Durante todo el proceso del inconcluso desastre -cuyo verdadero alcance quizás no lleguemos a saber- muchos son los que se han hecho la procedente pregunta ¿es éste el poderoso Estado incapaz de socorrer a sus propios ciudadanos el que pretende ser protector de Humanidad?
Fue la furia de Neptuno la que les despojó, de un soplido, de la careta, dejando al descubierto uno de los aspectos más desagradables del capitalismo: su total incapacidad para actuar ante cualquier situación que no sea económicamente rentable. La imagen de los que porfían en dominar el mundo -y no precisamente por medio de razones- y convertir al Universo e un Hipermercado resultó seriamente tocada. La estampa de la administración americana llamando a la población a la plegaria para evitar la tragedia que les vino encima, traslada atrás, muy atrás a quienes se pretenden guías del Universo. A los tiempos en que, griegos y romanos hacían ofrendas a Poseidón, para que el dios de los Océanos y del Viento fuese benévolo con ellos. Quizás fuese en la mitología donde se inspiró la administración yanqui, mucho más próxima a las prácticas de la Edad Media de lo que debería ser.
Que hubiesen sido los más pobres -y además negros- los peor parados, fue otra de las caras ocultas del Gobierno americano que dejó al descubierto el huracán. Eso que, para evitar "el dolor" de las familias de las víctimas no permiten que ningún medio de información tome, libremente, imágenes de la tragedia. Para ello no dudan en recurrir a los más escabrosos métodos de las desaparecidas dictaduras, eliminando la libertad de información. Ahora hablan de importantes cantidades de dólares que invertirán en la zona del desastre "más dinero que el que el que dedicamos a la guerra" (sic), dijeron desde la Casa Blanca.
Fue a un modelo social -que todo lo mide con el canon del dólar y con el que nos persiguen sin cesar para globalizarnos- al que se le abrió una gran brecha en la línea de flotación por la que se le colaron las aguas putrefactas dejadas por Katrina. ¿En cuanto valorarán los fanáticos Mercaderes la pequeña fotografía que, de su nieto guardaba la abuela en la habitación hoy anegada por las aguas de Nueva Orleáns? Lástima que Gran Hermano haya suprimido de sus tierras a los pieles rojas. Ellos sí que les podrían haber enseñado a valorar las cosas del alma e interpretar el lenguaje secreto del viento. Además, como ya le dijeron en 1854, la Naturaleza, en la que está integrado el hombre, no puede ser utilizada como moneda de cambio... a no ser que no les importe la destrucción total del Planeta.
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