Opinión
CAMILO JOSÉ CELA CONDE
Turquía será (tal vez) Europa
Ahora que tanto nos preguntamos acerca de lo que es España, no estaría mal el intentar instalarnos en una perspectiva más amplia y cambiar esa pregunta por la de qué es en realidad Europa.
Las respuestas abundan tanto como en el primer caso. Desde las irónicas que, atendiendo a lo enrevesado de las leyes de ámbito europeo, dicen que la Unión es el paraíso de los abogados, a las más pragmáticas que aseguran que lo único capaz de definir a Europa por el momento -y tal vez siempre- es el soporte geográfico del euro. Pero por si no teníamos aún suficientes razones para la confusión, los ministros de Asuntos Exteriores de los 25 han aprobado anteayer en Luxemburgo la puesta en marcha de las negociaciones que llevarán a Turquía a incorporarse (tal vez) a Europa. El paréntesis de la frase anterior es obligado, a juzgar por la manera como se ha producido el sí inicial de la Unión. A las reticencias oficiales de Austria -cuya ministra llegó a sostener que no admitiría presiones para obligar a su país a darle el espaldarazo a Turquía- se le añaden los nada ocultos rechazos de buena parte de los franceses y los alemanes. Muchas reticencias, pues, ante el posible ingreso del país heredero del imperio otomano en ese Viejo Continente que fue, de hecho, su adversario político, económico y militar durante siglos.
La memoria histórica contra el enemigo turco está viva en Europa, y la presencia de centenares de miles de emigrantes de ese país en bastantes países europeos no ha contribuido ciertamente a aliviarla. Pero esa presencia es, a la vez, la mejor muestra de que Turquía tiene ya un pie metido en la política europea. Que se lo digan a la señora Merkel, cuya exigua victoria en las elecciones alemanas se atribuye en buena parte a que su programa tildaba de sospechosos a los ciudadanos de origen turco.
Cuesta trabajo entender cómo se puede comenzar una negociación para integrar Turquía en Europa bajo un clima de tanta desconfianza por ambos lados. A las dudas austriacas, alemanas y francesas se les une la oportunidad que los partidos islamistas turcos han descubierto para poder rechazar las negociaciones. Si Europa no nos quiere, vienen a decir, ¿por qué razón tenemos que quererla nosotros? El proceso de entrada del que sería el primer Estado musulmán en la Unión Europea contrasta no poco con las euforias que adornaron la incorporación de otros países -como España, sin ir más lejos. ¿Será posible llegar a buen puerto cuando se busca el acuerdo entre unos socios que sospechan tanto unos de otros?
Tal vez la mejor respuesta a esa pregunta esencial esté en el propio acuerdo de puesta en marcha de las negociaciones. Si tan absurdas fuesen éstas, ¿a santo de qué iniciarlas? Pero el proceso largo y farragoso de integración turca en Europa va a resolver también otras dudas no menos profundas. Frente a la idea romántica de sociedad civil que sigue viva en conceptos como el de nación, Europa se parece cada vez más a un aséptico pacto por razones de conveniencia económica. Algo al estilo de la Comunidad Helvética.
Parece difícil que Turquía entre en la Unión renunciando a unas características propias que se instalan, por cierto, bien lejos de las de la Europa ilustrada. Si las negociaciones fructifican, puede ser a cambio de que un acuerdo económico beneficioso termine para siempre con la idea de la Europa-nación (o imperio) procedente de los tiempos de Carlomagno.
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