Opinión

FERNANDO DELGADO

Vecinos discretos

Mucho le costó a los sanitarios rescatar en Madrid el cadáver de una anciana que había muerto entre las toneladas de basura que guardaba en su casa, incluido el territorio de la cama, y que había ido acumulando a lo largo de los años. Pero no parece que los vecinos tuvieran noción del pestazo que allí se acumulaba hasta que el cadáver putrefacto de la recolectora les hizo insoportable transitar por la escalera. Rara, era rara, y parece que no lo disimulaba; comunicativa no era, por lo que es natural que no le tocaran a la puerta ni para pedirle una mata de perejil; pero que transportara a diario los desperdicios de los contenedores por amor a la pura miseria y nadie reparara en ello, por mucho que lo hiciera sin alharacas y de madrugada, es lo que más me llamó la atención. La noticia deshacía todos los tópicos españoles sobre la manera de entrometerse los vecinos en la vida del prójimo, que tanto éxito tienen en series televisivas que, como Aquí no hay quien viva, hablan incluso de Radio Patio, aunque pone en entredicho las capacidades olfativas de los españoles si damos por representativos a los vecinos del barrio madrileño de San Blas. Cómo olería esa escalera ya, por si sola, se pregunta uno, para que tan radical vecindad del vertedero no les afectara. Por la instalación de un vertedero a muchos kilómetros se ha puesto en pie de guerra más de un vecindario. Desde luego, en Suiza, donde al más mínimo movimiento extraño del que vive en la casa de al lado un vecino desconfía del otro y llama a la policía, y no digamos ya si de ruidos se trata -supongo que también por los olores-, la viejecita de Madrid hubiera tenido que cambiar de enfermedad -que puede que sufriera el llamado "síndrome de Diógenes", dicen los expertos- o de manía, si sólo era una manía.

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