Opinión

Las palabras

Así que, con las cifras en la mano, no resulta difícil de entender el estupor del señor Rodríguez Zapatero cuando lee, o le cuentan, las críticas que surgen desde Galicia para con los Presupuestos Generales del Estado. Y es que casi un dieciocho por ciento más para infraestructuras, y cantidades aún mayores para políticas sociales o de educación suman un pellizco con el que bastantes otras comunidades lanzarían las campanas a rebato e incluso nombrarían a don José Luis hijo adoptivo o predilecto.

Ocurre, claro, que Galicia no es otro país, que en materia de galardones ya ha cometido bastantes errores y en asuntos de palabras tiene amarga experiencia. Sin necesidad de caer en ejercicios de masoquismo, conviene recordarle al señor presidente que esta tierra ha sido olvidada durante décadas por los gobiernos centrales, y que para demostrarlo basta con repasar sus números, desde las del PIB hasta las del INEM o las que hablan de pensiones, salarios y expectativas. Y ahí sí que a buen entendedor pocas palabras bastan.

Parece evidente que lo que es ahora este país no resulta imputable sólo a otros: mucho se debe a la docilidad con que una parte de la sociedad gallega, por razones diferentes, ha acogido incluso los desaires. Pero también lo es que de unos años a esta parte eso ha cambiado, que el país está en pie, sabe echar las cuentas y en consecuencia exige trato adecuado: lo recibió durante un tiempo, en los dos primeros gobiernos del señor Fraga -con don Felipe González en Madrid-, y tras un periodo de amistades menores, lo reclama otra vez.

Y es que, a pesar de las cifras y los porcentajes, y de que efectivamente los Presupuestos del 2006 son mejores que los del 2005, estos que los del 2004 y, por supuesto mucho más dotados que los de 1999, ni se acercan a lo que Galicia esperaba de las abundantes palabras de altos cargos del PSOE, ni a los que desde luego necesita. Y por eso visitas como las de ayer del señor presidente del Gobierno, que parecen orientadas sobre todo a recoger el aplauso de los lugareños -y por tanto con tufillo electoral- resultan propias de épocas pasadas.

No existe -o al menos no se pretende- la menor intención de ingratitud o descortesía al criticar la visita: sólo la lealtad necesaria para decirle al señor presidente del Gobierno de España algo parecido a lo que en su momento se dijo a quien le precedió: que los Presupuestos, mejores que los de antes, no son ni mucho menos bastante, y que lo peor no está en las cantidades -al fin y al cabo, muchos hay a reclamar y pocos los medios para complacerlos a todos-, sino en el riesgo de que su aplicación provoque más desigualdad entre partes de Galicia -y por tanto mayor desvertebración- y a la vez un retraso inasumible en la ejecución de proyectos que se necesitaban hace años. Ni más ni menos.

¿Eh...?

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