Opinión
ANTONIO CASADO
Un Estatut provocador
Ante sus compañeros de promoción militar, Su Majestad el Rey nos recuerda que la Constitución se basa en la indisoluble unidad de la Nación española. No hacía falta. Es una obviedad la simple lectura del artículo 2 de nuestra Carta Magna. Sin embargo, todos hemos interpretado el discurso de don Juan Carlos, el pasado fin de semana en Zaragoza, como una advertencia respecto a los límites de letra y espíritu que no puede desbordar el proyecto de Estatuto de Cataluña aprobado el viernes pasado en su fase autonómica.
En nuestra democracia teatral y declarativa tienen mucha importancia estas declaraciones públicas. De hecho, se venía reclamando con cierto grado de ansiedad un pronunciamiento del Jefe del Estado sobre la arriesgada aventura legal en la que se ha embarcado la clase política catalana.
El pretexto es la reforma del Estatuto, aunque, para empezar, el procedimiento queda totalmente burlado, puesto que lo que se propone es un nuevo Estatuto, y no la reforma del que está vigente. Como, además, los supuestos contenidos en el texto son claramente inconstitucionales, está fundada la sospecha de que se busca una reforma de la Carta Magna por la puerta falsa.
Por tanto, también está fundada, aunque pueda considerarse inoportuna o contraproducente, la pretensión del PP de que en el Congreso de Diputados se rechace la tramitación del proyecto. En realidad sólo hay una alternativa al rechazo, o no admisión a trámite. Me refiero a la desnaturalización del proyecto, porque, de admitirse, la Cámara tendrá que desfigurarlo en su actual redacción para que realmente se adapte a la Constitución y al Estado de las Autonomías, condición ineludible para que el proyecto se convierta en ley orgánica y pase a formar parte de nuestro ordenamiento jurídico.
Por tanto, o rechazo o desnaturalización. Son tantas las provocaciones y tantos los supuestos de inconstitucionalidad que se contienen en el borrador pasteleado a última hora del viernes en Barcelona, que no veo otras salidas. Y lo demás son juegos de palabras, como las pronunciadas por Zapatero en noviembre de 2003: "Apoyaré la reforma del Estatut que apruebe el Parlamento catalán".
Cierto que quedó preso de esas palabras, pero también de su renovado compromiso (el sábado, en León) de garantizar el encaje del proyecto en la Constitución. Cierto que también el príncipe de Asturias dijo en mayo del 90 que "Cataluña será lo que los catalanes quieran que sea". Sin embargo, su padre, acaba de dejar claro que nada es posible si no se respeta la unidad de España.
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