Tenemos un presidente de Gobierno que no nos merecemos. Ahora que ha llegado el momento de cerrar el apartamento de la playa, regresar al caluroso piso de la ciudad, volver a madrugar, actuar según los caprichos del jefe y rascarnos el bolsillo para pagar matrículas, libros de texto y la VISA engordada en vacaciones, Zapatero nos alegra la vida prometiéndonos un mundo feliz en el que enviamos tropas al extranjero únicamente en misión de paz, esperamos con confianza el momento en el que ETA quiera dejar las armas, se va a hacer realidad la aspiración de todos los españoles a disfrutar de una vivienda digna, si se van a reformar los estatutos de Autonomía va a ser para mejorarlos y hasta -esto es lo mejor- el Gobierno prepara una ley de Desarrollo Rural que, no sólo evitará más incendios forestales, sino que fomentará la vida en el campo.

Algunos malintencionados, por supuesto del PP, tendrán la tentación de tachar de utopía toda esa serie de promesas que el presidente efectuó al terminar su estancia vacacional en las Canarias, tradicionalmente llamadas Islas Afortunadas de forma muy certera, según comprobamos ahora. Zapatero, relajado y lleno de ilusiones después de cuatro semanas de descanso en una bella casa frente al mar de Lanzarote, desarmará a sus críticos diciéndoles, como ya hace, que "no entienden nada" y "sólo miran al pasado".

Él, que acaba de anunciar que va a llevar a España "al mejor tiempo de su Historia", no está para que nadie le recuerde que tendría que admitir que las tropas españolas están en Afganistán para combatir el terrorismo internacional como ha dicho su ministro de Defensa; que mejor combatiría el terrorismo aplicando la Ley, la de Partidos por ejemplo, para impedir que Batasuna-ETA se adueñe de las calles vascas; que si cesara a la ministra Trujillo seguramente podría empezar a sentar las bases para buscar soluciones al precio de la vivienda y que si dijera que no de una vez por todas a Maragall nos ahorraría a todos los españoles un gran debate estéril sobre nuestro futuro como nación. Pero es que si hiciera esas cosas nuestro presidente tendría que abandonar la utopía. Y su mundo, que es el nuestro, dejaría de ser un mundo feliz.