Así que, más dos meses después de que se quedase sin mayoría absoluta y por tanto sin el poder, da la impresión de que el PPdeG sigue no ya sin entender lo ocurrido sino -y eso sería mucho peor- sin admitir que una de las causas fundamentales fue la pérdida de fe de sus bases. Un estado de ánimo que bastó para llevar a las urnas a los convencidos, pero que ni alcanzó para mantener el voto de los ideólogicamente indiferentes, un sector que suele apoyar a quien cree que va a ganar y que en esta ocasión y por las dudas de los propios populares, se fue con el PSOE.

El análisis de lo ocurrido resulta, en su conjunto y como es natural, más complejo y hasta enrevesado, pero de lo que se trata ahora es de subrayar la situación interna del Partido Popular y su influencia en el 19/J. Y sobre todo de lo que puede ocurrir en el futuro si quienes, desde la dirección, mantienen el despiste a la hora de pasar revista a la tropa, algo que parece probable si se contemplan despacio los datos de las últimas horas. Especialmente, por supuesto, el de la reunión de Perbes entre los señores Fraga Iribarne y Rajoy Brey, parece que para organizar -ahora sí- el relevo.

Y es que, dicho por supuesto con el mayor de los respetos, no pocos observadores coinciden en que la propia cumbre es el principal error, y el mensaje básico que de ella ha salido -que de momento no hay acuerdo, pero que seguirán dialogando entre ellos para lograrlo- empeora aún más las cosas. Cualquiera que hable con las bases del PPdeG -y debería ser obligación elemental de quienes las lideran- sabe que hay un clamor para que el congreso no sea predirigido y al que puedan acudir quienes se crean capacitados para arreglar las cosas, sin más aval exigible que el del sentido común y el respaldo de sus compañeros.

Ahora mismo, la impresión es precisamente la contraria. Las cumbres de Perbes -incluyendo la de ayer con los ex vicepresidentes- parecen orientadas a repetir el método entre el señor Aznar y don Mariano Rajoy, sólo que entonces el PP estaba en el poder y parecía seguro que su partido iba a seguir en él, y ahora está en la oposición. Y no hay que ser un lince, 11/M aparte, para imaginar lo que le podría suceder a los populares gallegos si en vez de por un traje nuevo optan por remendar el que se acaba de romper, sean cuales fueren los sastres.

Es evidente que un partido político ha de tener dirección, y que un proceso de cambio no debe convertirse en uno de voladura. Pero no es menos cierto que si se quiere cambiar de verdad hay que decidirse por agradecer los servicios prestados a los que mucho hicieron por su organización y por el país y optar por otros perfiles. Pero a fondo y no sólo en apariencia, para no incurrir en aquello que advirtió Lampedusa: porque hay quien quiere que parezca que todo cambie para que siga igual.

¿O no...?