De mi madre dicen que tiene una forma de ser un tanto "especial". Este es el adjetivo más recurrente usado por quienes la conocen, al intentar definir de manera escueta su personalidad. Hace días, una tía mía -hermana suya -, con la que mi madre había pasado unas cortas vacaciones, me contó con detalle lo estupendas que fueron. El pormenorizado relato lo concluyó, sin embargo, con la consabida y ambigua coletilla: "...aunque ya sabes tiene ese carácter suyo tan sumamente especial". Supongo que lo que sus amistades pretenden expresar con el calificativo, es la espontaneidad con que entrelaza su llana y no siempre cómoda franqueza, con la generosidad y buen corazón con que me consta acompaña la mayoría de sus actos. El viernes pasado fue con tres amigas de edad similar (86) a un restaurante. Pese a que tenían reserva hecha de varios días, el maitre, con el argumento de ser el lugar más tranquilo, las condujo a la mesa más alejada del cotarro. Se opusieron de plano -mi madre a la cabeza-, hasta lograr otra localización estratégica más entretenida y transitada. Obviamente era esto lo que deseaban: ambiente y trasiego humano. "!Qué falta de delicadeza, es como si pretendieran arrinconarnos!", fue la reflexión unánime durante un par de días. Soy creyente "relativo" de que algunas de las cosas que suceden como por casualidad, pudieran en realidad estar organizadas en serie por una misteriosa mano investida de extrañas facultades. Los accidentes de aviación son un ejemplo. Ocurre uno y, como si se hubiera desatado una epidemia, en breve espacio de tiempo se producen un par más. No falla. En los sorteos son curiosamente habituales las repeticiones geográficas y personales de premios jugosos -por ello, la administración de lotería que da uno tiene asegurado el negocio de por vida -. Hace un momento, lo cual no deja de ser sospechosamente casual, me ha telefoneado una señora alemana de "cierta" edad, residente en un paradisíaco lugar de Mallorca. Me pregunta que podría hacer -ella- para denunciar el trato discriminatorio y ostracista que dan en los restaurantes a las señoras pertenecientes a su grupo cronológico -por lo que parece a los hombres deben de tratarlos mejor o son menos susceptibles-. "Nos colocan en el lugar más apartado y solitario", me dice. Esta reflexión es un aviso de alerta para navegantes; es decir, para restauradores: a menos que pretendan perderlas de vista y terminen por organizar sus comidas de camaradería en el ámbito más amable de sus propias casas, sean más considerados con las señoras integrantes del poderoso y vital sector de su tercera edad.