El hombre del piano está a punto de ser reclasificado de fantasma a impostor, de entidad sutil y levitante a burdo falsificador. Así de roma es nuestra cultura, dividida entre quienes ansían con desesperación el milagro -hasta engañarse- y quienes lo niegan con rabia -hasta engañarse también-. Pero, bien mirado, ¿no es prodigiosa la historia urdida por este gran tejedor de sueños, mezclando materiales auténticos -su estampa, su angustia de parado, su instinto de suicida- con otros imaginativos?, ¿no es infinitamente más seductora que las historias vulgares -grescas, insultos, desavenencias- que cuentan famosillos de ocasión al televidente?, ¿tiene menos valor su obra efímera que una instalación artística en cuatro paredes, o un buen cuento urdido sin arriesgar más que prestigio literario?, e incluso ¿no será gran pianista el capaz de sugerir una sinfonía con una sola nota?