Lo único que sabemos con certeza de los incendios es que no sabemos nada. Han pasado décadas desde que la sociedad reaccionó contra el fuego, y se cuentan por decenas de millones los euros que instituciones como la Xunta destinan cada año a apagarlo, pero junten a cuatro personas y tendrán varias teorías sobre sus causas, que van del urbanismo a la industria papelera, pasando por las cuadrillas de la Xunta o la plantación de viñedos.

El desconocimiento institucional acerca de un fenómeno tan grave como el fuego no sólo asusta, sino que condena a reducir la política antiincendios a la carísima tarea de apagarlos o a la más barata de esperar que llueva. Se sabe por qué mata el terrorista, por qué suben los precios o en qué consiste la inseguridad ciudadana, pero de los desastres forestales apenas conocemos las hectáreas quemadas y que el verano próximo serán más.

En realidad, también sabemos que el incendiario existe. Sólo puede responder a una clara intención y a una cierta organización que, en un municipio como Vigo, se hayan visto más incendios en un fin de semana que en los últimos diez años, sin necesidad de padecer los días más secos y calurosos de la década. A ambos lados de la ría se ha podido ver una nueva columna de humo cada dos horas, el tiempo necesario para que un par de imbéciles pertrechados de cerillas y gasolina se desplacen hasta el lugar de su siguiente fechoría.

Pero ninguna investigación ha dado frutos fiables y, mientras las cosas sigan igual, habrá que seguir destinando casi noventa millones de euros anuales a apagar fuegos, que no a conocer sus causas. Tanto dinero sólo puede generar toda una industria dependiente de los incendios, lo que quizás llegue a resultar contraproducente.

pablolopez@farodevigo.es