Hubo un tiempo en que el relleno de Bouzas crecía y crecía sin que nadie fuese capaz de detenerlo. Todo eso ha cambiado: en la actualidad, crece sin que nadie se moleste en evitarlo. Cierto que se ha creado una comisión denominada borde litoral que velará por el progreso ordenado del relleno hacia el interior de la ría, pero por los restantes costados, mientras, sigue soprendiéndonos con sucesivos estirones hacia el mar.

Si tienen la suerte de dar con una de esas esquinas de la ciudad desde las que aún se divisa de frente lo que un día fue la playa de Coia, ahora convertida en parque industrial, podrán comprobar cómo Bouzas, que está de centenario, extiende sus brazos hacia el Berbés. No hace mucho se planteó la posibilidad de unir los dos rellenos con un puente, para solucionar el acceso del tráfico a la terminal boucense. Lo que parecía entonces una barbaridad se presenta ahora como la única solución para evitar que ambos continentes confluyan como Pangea.

La deriva es imparable, y a base de impulsos. Este agosto, a Bouzas le ha salido un nuevo espigón de unos cien metros, precedido de otros muchos que luego se unen de punta a punta para ir rellenando el interior, con camiones que cada pocos minutos descargan sus escombros sobre una ría menguante.

Así se escribió de siempre la historia de este Puerto tan dinámico, en el sentido literal de la palabra.

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