Iniciado el siglo XXI, hace dos días detuvieron a una ciudadana por encender una barbacoa que ha provocado un incendio forestal de más de 100 hectáreas en la provincia de Toledo. A mí, personalmente, la barbacoa me parece funcionalmente una guarrada y gastronómicamente un disparate. Conocí la cocina económica que funcionaba con carbón, el hornillo de petróleo que proporcionaba a los guisos un exótico sabor a gasolinera, y he visto con alivio que llegaba la vitrocerámica. Otrosí, en los inviernos de casas sin calefacción, ayudé al complicado encendido del brasero, cuyos efectos secundarios -los sabañones y el dolor de cabeza- todavía no se han borrado de mi memoria.

Para que, a estas alturas, alguien me obligara a encender una barbacoa en el campo, con el riesgo de poner la comida perdida de hollín y mancharme las manos como un carbonero de ferrocarriles de la etapa de la máquina de vapor, tendría que convencerme ese teniente de la Guardia Civil de Roquetas, acompañado de sus valientes números. Bueno, pues, en el extremo opuesto, hay personas que se arriesgan a provocar catástrofes naturales, e incluso la muerte del prójimo, por el extraño placer de hacer la comida en el campo, que es el sitio más incómodo para tal menester.

Si la barbacoa fuese un placer exquisito, todos los días el señor Botín y otros millonarios serían conducidos por sus chóferes al campo, donde les esperaría una barbacoa. ¿Alguien ha visto alguna vez a Alicia Koplowitz comiendo una barbacoa en el campo? ¿Y a la Duquesa de Alba? ¿Y a César Alierta? Sin embargo, con estos ojos que se ha de comer la tierra, yo los he visto en 'Club 31', 'Jockey', 'El Bodegón', y otros muy urbanos restaurantes de 5 tenedores. Y es que, además de la vigilancia de la Guardia Civil, va a ser necesaria la intervención del Ministerio de Sanidad, porque esta gente tan rara necesita con urgencia la intervención de un psiquiatra.