La muerte del rey Fahd dejó a Juan Carlos I sin regatear en Mallorca porque nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir y la autopista de los yates. El rey de España, sensible a la navegación (como supieron ver Mario Conde, primero, y los empresarios turísticos mallorquines después), gozó durante años el yate "Fortuna" que le regaló este amigo y prestamista al que dio siempre preferencias en la agenda y por el que cogió a la mujer y el helicóptero para ir a fotografiarse cada vez que el saudí vino a veranear a Marbella y a encarnar El Dorado andaluz del empleo y las propinas, las aperturas a deshora de los grandes almacenes para su séquito y la leyenda urbana de que si alguien de su caravana rompía el piloto trasero de un viejo Ford Fiesta en un trance de tráfico lo compensaba con un Mercedes de paquete, fruto del seguro contra terceros de la petrodolaridad. Doce mil millones de dólares en dos meses y medio salidos de los bolsillos de tres mil personas que le acompañaban compran muchos relojes de oro y muchas simpatías.

El amigo de Occidente y de Al Andalus es la otra cara que nunca se pone junto a la del emperador para representar el extremismo social de la nación árabe e islámica. Con los gastos sanitarios de sus veraneos se habrían salvado miles de vidas miserables que no tienen ninguna prisa de irse al paraíso. El modelo de Fahd era una de las causas y efectos, de la miseria y la fortuna, que coloca una riñonera de explosivos en la cintura de una chavalería disparatada y mártir pero eso no impedirá que las banderas occidentales ondeen a media asta en señal de respeto por los depósitos de gasolina de los coches.