Seguramente habrá quien encuentre explicaciones protocolarias y hasta de conveniencia política para la ausencia, pero sigo sin entender la razón por la que, a bombo y platillo (como lo hace casi todo), Zapatero eligió el día de ayer para iniciar sus vacaciones en Canarias y no para acudir a los actos de toma de posesión de Emilio Pérez Touriño en Galicia. El presidente del Gobierno central le debía esa presencia al nuevo presidente de la Xunta: al fin y al cabo, ZP ha tenido no poco que ver en ese ascenso al poder del candidato socialista, que por los pelos consiguió -pero consiguió al fin, que es lo que importa- batir en las urnas al octogenario Manuel Fraga.

¿Qué pudo aconsejar a Zapatero no retrasar unas horas sus vacaciones para contribuir al lucimiento de los fastos -nada austeros, por cierto, quizá un pelín recargados- de toma de posesión de un presidente autonómico socialista, que rompe en Galicia una racha de mandato del Partido Popular que duró dieciséis años? ¿Tenía miedo ZP a lo que Pérez Touriño pudiese decir para contentar a sus socios nacionalistas? Lo cierto es que, con una de cal y otra de arena, el nuevo presidente de la Xunta no acaba de dar razones para alarmar a nadie, por mucho que hable de que Galicia no aceptará la "sumisión" a España, porque lo dice en un contexto más que suficientemente matizado.

¿No quería restar protagonismo a Touriño en su cuarto de hora de mayor gloria? No parece razonable: al contrario, hubiese acentuado la importancia del acto en la plaza del Obradoiro. Y era, por cierto, un acto que no puede tomarse como de rutina; al menos, la parafernalia que acompañó el ascenso al poder de Touriño no tuvo nada que envidiar, excepto en lo referente al número de 'gaiteiros', a los mejores tiempos de Fraga, aunque en versión culterana y no popular. La boina y el birrete, ya se sabe.

En todo caso, Touriño ha iniciado el camino de la gloria. Tendiendo, de nuevo -su discurso de este martes fue casi calcado al de investidura-, la mano a quienes no le han votado, que es una parte significativa de la población gallega e inmigrante. Hablando del cambio que, sin duda, sí han querido los gallegos: dieciséis años de Fraga parecen haber sido muchos años.

Por eso mismo, por tantas llamadas a la concordia, tanta promesa de que gobernará para todos, resulta difícil comprender una de las primeras medidas adoptadas por la nueva Xunta: designar a un conocido militante socialista como responsable de los medios de comunicación públicos. Un paso que casa mal con la 'doctrina Zapatero' en la materia. Claro que seguro que no ha sido ésa la razón por la que el presidente del Gobierno central estuvo clamorosamente ausente en la plaza del Obradoiro, este martes, en la que los socialistas conquistaban, con ayuda del Bloque Nacionalista, una plaza fuerte. Galicia, nada menos.