Porfían no pocos políticos y cronistas de la Corte en asimilar la catástrofe del "Prestige" con el reciente -y trágico- incendio forestal de Guadalajara. Ya son ganas de confundir churras con merinas.

Cierto es que tanto el anterior gobierno conservador como el actual socialdemócrata compitieron en ineptitud a la hora de prevenir y afrontar cada uno de esos dos desastres. Pero ahí acaban los paralelismos.

La magnitud de los daños resulta, por su propia naturaleza, incomparable. Desde el punto de vista ecológico, económico y social fue inmensamente mayor el perjuicio causado por la marea negra del "Prestige" en Galicia. Si se atiende, en cambio, a la siempre irreparable pérdida de vidas humanas, está claro que la verdaderamente grave fue la calamidad de Guadalajara.

Lo único que iguala a ambos casos es la manifiesta incapacidad de los gobiernos, ya sean de izquierdas o de derechas. Si el anterior ejecutivo conservador que presidía Aznar llegó tarde y mal al lugar de autos del chapapote, el del progresista Zapatero parece haber tomado nota de aquella lamentable actitud para aplicarla punto por punto en el caso del incendio en tierras castellanas de La Mancha.

Vistas desde esta perspectiva, las similitudes son casi asombrosas. Ninguno de los dos gobiernos había tomado, por ejemplo, la más mínima medida de caución para el caso de que un petrolero bañase de chapapote las costas de Galicia o un incendio arrasara los bosques de Castilla. Y no por falta de aviso. Hasta seis mareas negras habían precedido a la del "Prestige" en la transitada autopista marítima galaica; del mismo modo que la sequía -tan pertinaz como en tiempos de Franco- hacía prever un recrudecimiento de los incendios forestales en la Península.

No acaban ahí las semejanzas. Desbordado por la catástrofe y -todo hay que decirlo- por la masiva protesta de los ciudadanos gallegos, Aznar viajó a Galicia de tapadillo un mes después del naufragio. Zapatero tardó algo menos en visitar Guadalajara, pero lo hizo con el mismo prudente sigilo que había empleado su antecesor en el cargo. Incluso las consecuencias fueron las mismas. Si el chapapote del "Prestige" le costó el puesto a un conselleiro gallego, las llamas del incendio en el Alto Tajo quemaron políticamente a una conselleira de la Junta de Castilla-La Mancha. Y tanto el uno como la otra parecieron ser meros chivos expiatorios sacrificados para salvar más altas responsabilidades.

Como quiera que sea, la verdadera diferencia entre los dos casos -tan distintos de por sí- vino a marcarla la reacción de la ciudadanía. Sin muertos de por medio, aquí salieron a la calle decenas de miles de personas empeñadas en exigir al Gobierno la adopción de medidas para que nunca más caiga sobre Galicia una marea negra como la del "Prestige". La séptima de las que han petroleado las costas gallegas en los últimos treinta años.

Y no sólo eso. Lejos de resignarse a lo inevitable -como aconsejaba el anterior gobierno y sigue haciéndolo el actual-, los marineros gallegos abandonados a su propia suerte se organizaron en brigadas navales para combatir, en solitario, la oleada de chapapote que amenazaba las rías. Gracias a su victoria en esa épica batalla, Galicia salvó para disfrute del mundo el tesoro de sus valles fluviales.

Tal vez porque sean casos distintos y distantes, no hay noticia de una reacción ciudadana similar en el caso del incendio que asoló los montes de Guadalajara. Bien al contrario, la imagen que ha trascendido -en contraste con la de los marineros que peleaban a mano desnuda con el chapapote- es la de un alcalde llorando desconsoladamente sobre el hombro del presidente del Gobierno.

Puede que, después de todo, los gallegos no respondamos a la fama de gente resignada y llorona que nos adjudica el tópico. En cualquier caso, sobran las imposibles comparaciones. El "Prestige" fue otra cosa, y volverá a serlo el día en que, inevitablemente, se repita.

anxel@arrakis.es