Firmemente resuelto a trocear la piel del oso incluso antes de cazarlo, el candidato socialdemócrata Emilio Pérez Touriño anuncia que trasladará a Vigo la sede de la Consellería de Pesca. Sobra decir que tal promesa la formuló en Vigo, y no en Coruña, Vilagarcía, Ribeira o cualquier otro puerto de este país. Pero eso es lo de menos.

Lo de más es que la teoría descentralizadora del aspirante al que las encuestas sitúan como el próximo presidente de Galicia, constituye en sí misma toda una revolución desde el punto de vista de la Administración del Estado.

Digámoslo de otra manera. Si la consellería de Pesca puede ser trasladada a Vigo en función de la importancia de su puerto y sus lonjas, nada impide hacer otro tanto con el ministerio que se ocupa de las pesquerías en Madrid.

Bajo el singular y acaso acertado punto de vista de Touriño, carece de sentido alguno que los asuntos pesqueros de Galicia sean gestionados desde un puerto de mar tan escaso de agua como la capital de España. A fin de cuentas, la flota gallega representa más de la mitad del total de la española, dato sin duda suficiente para que el ministerio de Pesca se ubicase en algún puerto galaico. En Vigo, por ejemplo.

Por la misma razón, el ministerio de Agricultura debiera tener su sede en Almería, provincia que sobresale entre todas las de la Península por la extraordinaria floración de sus cultivos de invernadero.

El de Ciencia y Tecnología bien pudiera ser adjudicado a Barcelona, dado el carácter industrioso que por lo general se atribuye a Cataluña. A mayores, este reino autónomo sería claro candidato a albergar la sede del ministerio de Cultura y Deportes, habida cuenta de que el Barça es el actual campeón de Liga y del excelente desempeño de sus deportistas en los dominios del tenis y el motociclismo. Por no hablar ya, claro está, de la poderosa industria editorial catalana que lidera la publicación de libros en la Península.

Infelizmente, cualquier propuesta de distribuir los ministerios del Gobierno por las provincias de España sería considerada de inmediato como una ocurrencia propia de gentes chifladas o, cuando menos, excéntricas. Incluso los más partidarios de la descentralización encontrarían sin duda algo chocante que el Estado esparciese sus departamentos fuera de la capital en función de las particularidades de cada territorio.

No ocurre lo mismo, por lo que se ve, con los reinos autónomos. En Galicia, sin ir más lejos, el candidato al que las encuestas conceden más posibilidades de hacerse con la presidencia de la Xunta, acaba de prometer que trasladará fuera de la capital una de las consellerías -o ministerios- que forman parte del gobierno autónomo.

En un país tan caracterizado por las pasiones localistas como el gallego, esto es tanto como abrir la Caja de Pandora. Si Touriño gana las elecciones y, previsiblemente, cumple su promesa de trasladar a Vigo la consellería de asuntos pesqueros, nada impedirá que el presidente de la República Herculina, Francisco Vázquez, reclame para Coruña las de Cultura, Economía o cualesquiera otras a las que se considere legítimo acreedor.

Y eso sería sólo el principio. Probablemente Lugo y Ourense se disputasen también -con el lógico agravio para el perdedor- la consellería de Agricultura; Coruña y Vigo, las de Economía e Industria; Pontevedra y As Pontes, la de Medio Ambiente; y todas las localidades y provincias, la de Emigración.

Seguramente no es esa la idea que Touriño o cualquier otro de los candidatos tiene para Galicia. Bastante atomizado está ya el país como para que encima se trocee su gobierno por el viejo método de la rebatiña (o rapañota, en gallego clásico).

Ahora bien, si alguien insiste en ese propósito, no sobrará aclarar que Vigo es una excelente sede para el Ministerio de Pesca, y Coruña, para el de Comercio. Luego, ya iremos pidiendo.

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