Suenan sirenas en Peinador mientras Nico Rodríguez se abraza emocionado a su madre. El medallista olímpico vigués llegó a la ciudad tras un viaje eterno desde Japón que hizo con la alegría y la ansiedad de un niño pequeño que intuye lo que le espera. Corean su nombre, le abrazan, lloran con él. Son su familia, sus amigos, sus compañeros de tantos años del Náutico de Vigo, los que han vivido sus regatas en Enoshima con una tensión insoportable. El vigués trae la pesada medalla colgada del cuello y en su gesto y sus palabras no acusa el cansancio de tanto ajetreo. Primero la competición agotadora, la tensión vivida en Japón durante una semana, la alegría, la pequeña celebración y a continuación el viaje de vuelta a casa. Pero cualquier síntoma de cansancio se agota en cuanto ve las caras conocidas, las voces queridas.

Nico se abraza emocionado a un familiar. RICARDO GROBAS

Nico Rodríguez se convirtió esta semana en el tercer medallista olímpico que da la ciudad después de Moncho Gil y de Begoña Fernández. Muy poco para una ciudad con la tradición deportiva de la ciudad, pero ese es otro asunto. Nico Rodríguez pone el pie en tierra y reconoce que “aún no lo he asimilado. He vivido una montaña rusa entre emociones, sensaciones, un poco de disfrute...creo que ahora mismo no soy consciente de la realidad que he vivido durante estos días”.

Nico Rodríguez, junto a varios amigos. RICARDO GROBAS

El regatista aplaza cualquier toma de decisiones hasta dentro de un tiempo porque entiende que ahora hay otras prioridades. “Dije hace tiempo que mi vida acababa el 4 de agosto y ahora toca disfrutar con la gente, familia, amigos y en septiembre le daré al botón de “on” en mi cabeza y empezaremos a pensar en lo que tenga que venir. Lo que toca ahora es disfrutar. Fueron cinco años muy duros, de mucho sacrificio y lo que quiero ahora es estar con los míos”.

Nico llegó a Vigo en la cabina del avión y reconoce que reencontrarse con su ría, la misma en la que aprendió a regatear desde niño, fue un momento muy especial, el adelanto de “los días tan especiales que están por venir”.

Explica el vigués que no quiere pararse mucho en analizar el rendimiento de la pareja y si deberían haber conseguido un mejor resultado: “Una medalla es una medalla. Era el objetivo, el sueño de mi vida. Seguramente rendimos un poco por debajo del nivel de otros momentos. Nos costó entrar en el campeonato y cargar con la presión de que íbamos a luchar por una medalla y tuvimos problemas. Una pieza del barco falló en los primeros días, no teníamos la velocidad y ese día nos quedamos arreglando el barco hasta las nueve. Luego sufrimos una penalización al día siguiente que nos llevó a hacer un catorce. El campeonato se puso difícil, pero nunca perdimos la cara y seguimos luchando que es lo único que podíamos hacer. Fue una semana muy dura para nosotros pero aún así fuimos capaces de luchar por nuestro sueño y conseguirlo. Es un bronce que nos sabe a oro”.

Reconoce que le vino bien aislarse de todo lo que se hablaba: “Estuve algo desconectado por eso de no sentir esa presión. Cuando encendí el móvil después del podio tuve más de tres mil mensajes e hice bien en no encender el móvil porque eso puede hacer que no te centres en tu trabajo”.

Fuera de la terminal le esperan más lágrimas, pero el vigués recuerda de nuevo lo vivido en Tokio: “Es un sueño que poca gente puede cumplir. Esto se queda para toda la vida, nunca lloré tanto como en Tokio...lo ibahaciendo por fascículos. En el mar, luego en tierra...el equipo sufrió mucho el día antes con lo de Tamara e Iago y fue una cascada de emociones ver a tanta gente que se alegraba por nosotros”.