Nikoloz no era capaz de explicarlo. Él, campeón del mundo hace poco más de un mes en Budapest, el mejor a juicio de sus rivales, acababa de estrellarse en su primera experiencia olímpica. Y comprobó que pocos dolores hay como ése. Solo lloraba y se hacía preguntas que nadie podía responderle. “La presión ha sido mucha” explicó en uno de los escasos intervalos en los que, aún en caliente, pudo articular palabra. El tema de moda desde que Simone Biles le diera una visibilidad extraordinaria a la pelea que el deportista libra en la alta competición contra enemigos a quienes casi nadie ve, pero que desgastan y destruyen como ninguno. Nikoloz Sherazadishvili (“Nico Shera” le llaman para evitar el exceso de consonantes) se quedó fuera del podio en una jornada en la que fue incapaz de encontrar su mejor versión, la del judoca veloz que zanja sus combates por la vía rápida y evita pasar más tiempo del necesario sobre el tatami.

Niko, tras perder el combate de repesca. Efe

En el sagrado Nippon Budokan, el templo de las artes marciales para los japoneses y escenario del judo ya en los Juegos de 1964, Nikoloz vivió su peor día como deportista. Lo intuyó Quino Ruiz, el técnico que camina junto al judoca desde que comenzase a entrenar con él poco después de su llegada desde Georgia con sus padres cuando solo tenía trece años. “No era él, no era el Niko que conozco”, repetía con una mezcla de tristeza y resignación. El judoca, que compite con licencia gallega y pertenece al Famu vigués, hace tiempo que cargaba con el peso de romper la larga sequía que persigue al judo español que no sube a un podio olímpico desde el año 2000 cuando lo lograse Isabel Fernández en Sydney. Todos miraban hacia Niko. Y mucho más cuando otras posibilidades (Garrigós, Gaitero, o María Bernabéu, que ayer mismo dijo adiós en el primer combate del día de su categoría) se fueron apagando. Quedaba él, el campeón del mundo, el mejor según los pronósticos de los analistas. Pero a la hora de la verdad todo se complicó. Los primeros combates, ante un mongol y un sueco, le llevaron más tiempo de lo previsto. Él, que abrevia como nadie, estaba invirtiendo más de lo necesario en el tatami antes de llegar a los combates donde realmente se jugaba las medallas. Señales demasiado inquietantes para quien debía haberse quitado de encima a esos rivales en un chasquido de sus dedos.

El sorteo le deparó en cuartos un duelo envenenado contra Mikhail Igolnikov, una especie de “bestia negra” contra el que tenía un parcial en contra de 6-1, como si en algún lugar el ruso escondiese la Kryptonita para frenar al español. Y le funcionó otra vez. Un combate muy duro que Nikoloz parecía tener controlado hasta que en el último momento un “ippon” del ruso resultó letal. Ese duelo separa los caminos en los deportes de contacto. Los que ganan se aseguran en el peor de los casos un combate por el bronce; los que pierden se enganchan a la repesca para ver si alcanzan uno de los dos puestos en el tercer cajón del podio. Otro regalo endemoniado para Nikoloz que se tuvo que jugar el acceso a la pelea por el bronce con otro viejo conocido: el uzbeko Davlat Bobonov, finalista en el último Mundial que ganó Niko. Otra vez el español cargó con el peso del combate, pero todos sus ataques encontraron una respuesta rápida por parte de su rival. Ágil, escurridizo y valiente para contragolpear en cada intento de Nikoloz. El duelo acabó sin solución y los judocas resolvieron el pase en la Técnica de Oro. Y ahí, después de varios minutos de intensa pelea, un “waza-ari” se llevó el sueño de Nikoloz, inconsolable. “Ahora mismo no tengo ganas de ver tatami, han sido años muy duros” dijo el campeón español, que quiere descansar aunque ya tiene “la cabeza en las siguientes”. Ahora se plantea cambios importantes. Seguramente subir de peso, acabar con los apuros en la alimentación y tratar de alcanzar en la categoría de los semipesados (por debajo de cien kilos) lo que se le ha negado en la actual, en la que ha sido capaz de conquistar dos títulos mundiales que ahora mismo no le saben a nada. “A Quino le he prometido el oro en París” repetía tratando de convencerse de que a sus 25 años está muy lejos de haber vivido sus mejores días en el judo.