Cuenta la leyenda que había un tiempo en el que cuando en una piscina se nadaban cuatro largos a crol, aparecía una chica rubia italiana a ganar la medalla de oro. Por marcas. Por carisma. Por su duración en el tiempo. Y por ese inigualable dominio de los 200 libres, no hay ni habrá otra igual a Federica Pellegrini. Desde Atenas 2004, cuando con un descaro propio de la niña de 16 años que acababa de cumplir se subió al segundo escalón del podio. Hasta su despedida ayer, 17 años después, convertida ya en una mujer de 33 y en su quinta final olímpica seguida —solo Michael Phelps ha podido protagonizar algo así—. No pudo decir adiós desde el podio. Ya se había visto en las eliminatorias que las fuerzas iban muy justas y le dieron para ser séptima. Hubiese sido apoteósico. Pero no lo necesita para ser historia de la natación.

La Divina, como le llaman en su país, donde tiene categoría de estrella e incluso es jurado en el concurso televisivo Got Talent; con fama de niña caprichosa en sus primeros años, protagonista de algún escándalo por sus relaciones fuera de la piscina —incluso robándole el novio a la que era una de sus máximas rivales, la francesa Laure Manaudou—; explotó siendo muy joven, extendió su reinado de forma indiscutible entre 2007 y 2011, con el título de campeona olímpica en Pekín 2008; pero después de Londres 2012 sufrió una crisis, quemada por las exigencias de la alta competición, que le tuvo un año prácticamente sin entrenar —y si lo hacía era al estilo espalda—. Supo reciclarse. Tanto que en Río 2016 se quedó a las puertas del podio y lo que iba a ser una retirada dio paso a una exitosa prórroga que le otorgó otros dos títulos mundiales, descomunales, los de 2017 y 2019, la primera mujer en batir a Ledecky. Ocho Mundiales acudiendo de forma puntual a su cita con el podio. De 2007 a 2019. Ni Phelps. Por eso no era una locura pensar en una despedida bañada en oro en 2020. Pero un año más se le ha hecho largo, ha pesado demasiado. “Ha sido un viaje increíble, precioso y difícil”, escribió para despedirse en sus redes sociales.

Los 200 libres quedan huérfanos, pero con una nueva reina. La australiana Ariarne Titmus toma el relevo después de volver a ganar. No le apretó esta vez Katie Ledecky sino la sorprende Siobhan Haughey, de Hong Kong, pero la aussie se exprimió en los últimos metros para confirmar que es la nadadora de estos Juegos. La estadounidense sumó una decepción más grande, porque incluso se quedó fuera del podio —una hora después se resarció con el título de 1.500 libres—.

EEUU añora a Phelps

Si Estados Unidos perdía el martes el título de 100 espalda, que ganaba de forma ininterrumpida desde 1992, ayer el equipo norteamericano sufría un descalabro todavía mayor. Por primera vez en su historia en los Juegos Olímpicos no subió al podio en el relevo de 4x200 libres. Ni oro, que fue para una Gran Bretaña que se quedó a centésimas de haberle arrebatado el récord del mundo, para más humillación. Ni plata (Rusia). Ni bronce (Australia). Un resultado que duele más porque entre los cuatro elegidos no estaba Caeleb Dressel. Michael Phelps, presente en Tokio como comentarista de una televisión americana, mostraba su sorpresa. Le están echando de menos sus compatriotas, que siguen dominando el medallero, pero no con la misma contundencia. En Río habían logrado 7 oros en las pruebas que han sido disputadas hasta el momento en Tokio, donde solo llevan 3 —hay uno más, pero el 1.500 de Ledecky no se nadó hace cuatro años—. Australia se les acerca peligrosamente.