Mientras todos miraban al cielo, pendientes de la llegada de un tifón que al final prácticamente se quedó en nordeste, Enmanuel Reyes se convertía ayer en el verdadero huracán de fuerza cinco que azotó el Arena Kokugikan de Tokio. En cuatro días de competición, no se había visto ningún KO en los más de cien combates disputados y solo siete habían sido parados antes de tiempo por el árbitro dada la superioridad de uno de los púgiles. Hasta que subió al ring El Profeta, el boxeador de origen cubano, nacionalizado español y afincado en A Coruña. Daba igual que el que tuviera en el otro rincón fuese un tal Vassiliy Levit, que en Río de Janeiro 2016 se había colgado la plata. En menos de siete minutos finiquitó los octavos de final de los pesos pesados (81-91 kilos) y se acerca a las medallas, ya a un solo triunfo, aunque para alcanzarlas tendrá que superar antes otra prueba de nivel ya que el viernes le espera el cubano Julio la Cruz, vigente campeón, aunque de los semipesados. “No veo ningún problema en la dificultad del cuadro, al que me tienen que tener miedo es a mí”, decía antes de afrontar la competición, con una pasmosa confianza en sus posibilidades que ayer demostró que más que bravuconería es un fiel reflejo de la realidad.

A Reyes no le gustó que en el primer asalto de su debut olímpico, el kazako contactase con su cara, abriéndole una brecha cerca del ojo. “Recibe muy pocos golpes”, había señalado el entrenador coruñés Chano Planas como una de las mayores virtudes del hispano cubano. Tampoco estaba conforme con la decisión de los jueces de esa primera toma de contacto. Tres le dieron la victoria parcial a él. Dos a su oponente. Mejor no reproducir sus palabras en el descanso, mientras era asistido por los técnicos españoles. Por eso nada más salir al segundo, decidió que aquello se terminaba allí. Lanzó la derecha, que dio en la cara de su rival, y este quedó noqueado. Fue a por más, hasta que provocó que cayera al suelo. La plata de hacía cuatro años y dos veces bronce mundial estaba completamente KO en la lona.

Al coruñés le salía la adrenalina por los cuatro costados. “Aquí decían que entraba un tifón, y aquí está el tifón Enamnuel Reyes dando palos”, decía eufórico en los micrófonos de la Cadena Cope. “Hemos venido a arrancar cabezas”, añadía sobre la pelea que le espera en cuartos de final contra Julio la Cruz, su excompatriota. Por él, peleaba ya mismo, sin esperar nada, para aprovechar la euforia, pero tendrá que aguantar dos días más, hasta el próximo viernes al mediodía, a las 12.54 horas (hora española). Será un combate con muchos condicionantes emocionales, porque se medirá a un púgil de su país, donde el boxeo es el deporte rey, pero del que tuvo que huir porque allí nadie apostó por él, no creían en sus posibilidades —o creían más en las de otro— y donde nunca hubiese conseguido el sueño olímpico que le acompaña desde que tiene uso de razón. Donde empezó su odisea.

Ahora con 29 años, en su mejor momento, está a tres pasos del oro, su objetivo para hacer sonar el himno de España, a la que dice que le quiere devolver de esta forma todo el apoyo. Pero a solo uno de las medallas. Ganar en cuartos de final tiene premio doble porque en boxeo se otorgan dos medallas de bronce. Todos los semifinalistas suben al podio.Concentrado en su meta, y con la ayuda de dios —se apoda El Profeta por su fuerte sentimiento religioso—, al que se encomienda siempre antes de cada combate, va a por ella. Las sensaciones en el primer duelo, siempre el más complicado de cada competición, han sido inmejorables. Ahora tendrá que cuidar la herida del ojo para que no se convierte en un objetivo fácil para su rival.