Dar la mejor versión en el estreno de una competición del calibre de unos Juegos Olímpicos, y más aún con el anfitrión como rival, no parece sencillo ni para una selección como España habituada a hacerse hueco cada año entre los mejores. No lo dudaba Sergio Scariolo a la conclusión del debut ante Japón cuando afirmaba ansiar una solidez más continuada. Palabras que bien explican los vaivenes en el juego de una selección que 15 años después volvía a jugar en el lugar donde en 2006 alzó su primer título de campeona del mundo.
En aquellos tiempos todavía no había emergido la figura de un tal Ricky Rubio, ahora estrella consagrada y talento capital en la suerte que esté por venir para la selección. Sus 20 puntos y 9 asistencias no sirven para explicar en su totalidad el liderazgo y seguridad que desprende sobre la cancha el mago de El Masnou. Mucho tuvo que ver en el parcial de 0-19 que allanó el triunfo ante el rival dirigido por el argentino Julio César Lamas.
Todo empezó mejor incluso de lo esperado (2-11). La dupla del pequeño de los Gasol y Rubio, además de la buena aportación como titular de Alberto Abalde, estaba causando estragos en una defensa nipona que estaba a verlas venir. La propuesta del baloncesto agresivo desde el uno contra uno que planteaba Japón empezó a dar sus frutos cuando sus dos NBA, Watanabe y Hachimura, encontraron el tino y el tono.
Ese juego que buscaba los continuos desajustes desde el perímetro con cuatro jugadores muy abiertos empezó a incomodar a los de Scariolo. Además, cuando peor se comportaron los españoles en materia defensiva, la transferencia al ataque fue matemática. Los balones perdidos fueron ganando protagonismo mientras Japón celebraba cada canasta como una fiesta independientemente de lo que dijese el marcador.
La profundidad de banquillo de España se medía al minutaje acumulado por las piezas clave de los anfitriones. En esa fluctuación de temperaturas en la cancha hubo momentos de dudas que se plasmaron en un marcador que se igualó hasta el empate a 26. Había que sofocar la rebelión local y entonces fue cuando Ricky Rubio sacó la batuta para anotar, asistir y dirigir un parcial de 0-19 que destapó las carencias de su rival. Un espectacular mate de Hachimura, solo maquilló el 28-48 con el que se llegó al intermedio.
La segunda parte se jugó al ritmo de las concesiones que fuese marcando España. Aunque con las ventajas siempre controladas, el orgullo japonés encontró un buen aliado en el acierto desde la línea de tres puntos (56-69) con Watanabe y el pequeño Togashi como los más entonados.
Incluso en el arranque del tercer periodo, el hecho de que España no encontrase el ritmo que más le convenía hacía que la sospecha sobre un acercamiento nipón se cerniese sobre el Saitama Super Arena. Fue entonces cuando Scariolo miró a su banquillo y llamó a filas a Ricky Rubio para volver a alimentar de asistencias a los Gasol, Claver y Abrines para disipar definitivamente las dudas.
Argentina espera el jueves con muchas ganas de revancha. Un tal Doncic tiene parte de culpa.