Los Juegos de Tokio de 1964 fueron llamados los Juegos de la ciencia ficción por todas las innovaciones tecnológicas que asombraron al mundo. Por el uso por primera vez de ordenadores, por ejemplo. O por la proyección vía satélite de imágenes en directo a todo el mundo. La edición del 2021, que debía haberse celebrado en el 2020, se estrena hoy con un aire también de ficción futurista, más de distopía que asombro feliz.

Los Juegos Olímpicos, cita de nobles propósitos como la concordia de los pueblos y la celebración de la universalidad a través del deporte, se han empezado a disputar con el silencio en las gradas, con controles rigurosos para ahuyentar la enfermedad y el distanciamiento social por higiénica obligación. No se pensó un acontecimiento así hace 125 años para acabar teniendo miedo a un abrazo entusiasta o a unos aerosoles surgidos de un grito de ánimo. Son unos Juegos que parecen representarse por imposición económica, para paliar pérdidas y respetar contratos. La oposición local ha sido ruidosa como siempre. No hay Juegos que no se libren de la dinámica de felicidad por la nominación, indignación por el espiral de gastos, temor a no llegar a tiempo y, después, con el pebetero encendido, pasión desbordada. En Tokio falta ver si se cumple este último elemento que sepulte todo lo anterior.

Pero en Tokio todo es distinto. Nunca se habían postergado unos Juegos y las protestas seguramente no tienen parangón. La pandemia sigue omnipresente y la ceremonia de inauguración (hoy, a las 13 horas) culminará con un desfile de atletas que saludarán a las cámaras y no las gradas. No estaba previsto que el futuro fuera así. Por ser distinto, el pebetero no lucirá su fuego en el estadio sino fuera, en una zona portuaria.

El argumento de la coreografía inaugural se mantiene en secreto, como sucede siempre, y falta ver cuántas alusiones a la actualidad, a la anormalidad contemporánea, se introducirán entre los juegos pirotécnicos y las palomas al vuelo; cuántos mensajes de esperanza, empatía y superación de la adversidad cabrán en una ceremonia que, por lo que ha trascendido, subrayará el valor del deporte en la construcción de emociones inigualables. Cabe contar, al parecer, con un homenaje a los sanitarios de todo el mundo. Según Thomas Bach, el presidente del COI, los Juegos de Tokio deberían representar "la luz al final del túnel". Alguien tenía que exteriorizar algo de optimismo.

La ceremonia no contará desde la primera fila con uno de sus directores artísticos, un humorista y director de teatro nipón que, justo antes del día D, ha tenido que renunciar al cargo por un sketch de 1998 (sí, de hace 23 años) en el que bromeó sobre el Holocausto. Si los casos de Covid no explotan, Tokio no debería ser diferente a sus antecesoras y los logros de los Simone Biles, Naomi Osaka, Novak Djokovic o Caeleb Dressel deberían ocupar el espacio informativo que ahora aún se destina a la excepcionalidad antipática que rodea la cita olímpica.

Craviotto y Belmonte, la ilusión por bandera

Un signo de los nuevos tiempos que corren en el olimpismo podrá apreciarse en la ceremonia inaugural de Tokio. En un paso más por afianzar la paridad de género, el COI lanzó la idea de que fueran un deportista masculino y otro femenino los portadores de la bandera y los Comités Nacionales recogieron el guante con rapidez. No era fácil escoger a las personas que tomarían el relevo de Rafa Nadal, el abanderado en los Juegos de Río. Fue por votación de su junta directiva como se eligió al piragüista Saúl Craviotto y a la nadadora Mireia Belmonte. “Ser abanderado es la cúspide, es llegar a la cima del olimpismo. En estas últimas horas sientes una mezcla de alegría y nervios. Yo estoy deseando vivir ese momento y va a ser el momento más bonito de mi carrera deportiva”, explicó Craviotto ayer en las horas previas. Belmonte revindica, además, su condición de mujer. “Es un orgullo, aún más siendo la tercera mujer en toda la historia de los Juegos de verano que lleve esta bandera”, señala la nadadora badalonesa. Los méritos de ambos son enormes. El piragüista leridano, de 36 años, cuenta con cuatro medallas olímpicas (dos oros, en Pekín 2008 y en Río 2016, una plata en Londres 2012 y un bronce en Río) y la posibilidad, al alcance de su mano, de igualar las cinco medallas de David Cal, como el deportista español más laureado en unos Juegos, o incluso superarlas si, finalmente, se inscribe en la prueba individual. Las posibilidades de Craviotto son altas. La medalla que atacará el día 7 de agosto con el K4, junto a Carlos Arévalo, Rodrigo Germade y Marcus Cooper, se da por hecha porque este embarcación no se ha bajado del podido en todo el ciclo olímpico, y la victoria frente a Alemania, seguramente su máximo rival, en la Copa del Mundo disputada el pasado mayo, demuestra que están en el camino correcto. También el palmarés de Mireia Belmonte, 30 años, es deslumbrante. Sus cuatro medallas (plata en 200 mariposa y 800 libre en Londres 2012 y oro en 200 mariposa y bronce en 400 estilos en Río), la convierten en una de las referentes del deporte español. Pero su reto de buscar una quinta medalla en Tokio será complicado. Las lesiones la han perseguido en los dos últimos años y obligado a abandonar en muchas de las competiciones internacionales, como el Europeo de Budapest. En la capital japonesa no podrá defender, por ejemplo, el oro de los 200 mariposa. Nadará las pruebas de fondo, el 800 y el 1.500, que se estrena en el calendario olímpico y también el 400 estilos.