Esperábamos como agua de mayo en abril la segunda temporada de 'Merlí: sapere aude'. Garantía de calidad. De una serie cuya cabecera es la obertura de Salomón y la Reina de Saba de Haendel sólo se pueden esperar alegrías. Y eso es lo que nos encontramos en los cinco capítulos que nos van a saber a muy poco.

Lo mejor que podemos decir de Merlí, resumiendo el espíritu de su creador Héctor Lozano, es que cuando nos zambullimos en ella sabemos que lo hacemos en un territorio civilizado. Vemos una Barcelona civilizada, unos personajes civilizados, una Universidad civilizada, incluso unas trifulcas civilizadísimas. Basta detallar los ingredientes de esta temporada y sus subtramas para corroborarlo.

El primer personaje que aparece en el prólogo es un apuesto robamiradas que dirige las obras de restauración artística de la Universidad, que se presenta en las clases de Filosofía de oyente. Otra subtrama será la Liga de Debate universitaria. Con su confrontación. Pero en su esencia, cargada de argumentos y palabras.

El gran giro de guion de esta temporada, y ya se puede contar puesto que se conoce desde el inicio, es el mazazo que supone a Pol Rubio, grande Carlos Cuevas, conocer que tiene el VIH. No estamos en los años ochenta sino en 2020, pero al personaje le costará aceptarlo, compartirlo y toda la temporada abordará este proceso. Oro puro.

Es un acierto que los capítulos se emitan por entregas y no se haya colgado la temporada completa. Así podemos disfrutar de esta evolución pasito a pasito. Uno de los momentos más hermosos se produjo con el reencuentro de Pol con su exprofesor de secundaria, interpretado por Ferrán Rañé.

De acuerdo que todo es demasiado civilizado en 'Merlí: sapere aude'. Es ficción. Ojalá la realidad pueda imitarla.