Redondo, especial, rico en matices y muy elegante. Así han definido los amantes del vino la añada de 2018 de Malabrigo, la 'joya de la corona' de las Bodegas Cepa 21 que emana de un suelo areno-arcilloso de Ribera del Duero bajo unas condiciones climáticas extremas que abren la puerta a maduraciones prolongadas para garantizar cuerpo, finura y carácter al trago.

"Es un vino con alma", garantiza José Moro, el hasta abril presidente de la marca Emilio Moro, entregado ahora a un proyecto vitivinícola innovador que le ilusiona de forma especial desde que lo concibió: Bodegas Cepa 21. La compañía nació en plena Milla de Oro del vino en el año 2000 y, desde entonces, no ha dejado de crecer.

Tradición centenaria e innovación constante. Esta es la filosofía de Moro, quien celebra con orgullo la Medalla de Plata de los Decanter World Wine Awards 2022 lograda con su Malabrigo 2018 en la XIX edición del concurso de vinos más prestigioso del mundo. Malabrigo 2018 ha recibido también la ovación en las Wine Ratings de James Suckling, crítico de vinos estadounidense, uno de los más influyentes del mundo. En la etiqueta, un agricultor abirgado mira sus viñas poco antes de la poda. "Me recuerda cuando yo tenía trece años e iba a podar con mi padre, que me estaba enseñando. Era marzo, hacia frío, no nos quitábamos la pelliza y nos echábamos un trago de vino con una hogaza y un taco de chorizo", rememora mientras controla la vendimia que este año se ha adelantado un mes debido al calor de este verano.

Suckling ha aplaudido sin reservas también la excelencia de Cepa 21, el alma máter de la bodega, y de Horcajo, "el vino más premium de la casa". Todos, elaborados con la variedad tempranillo, una uva que "no destaca por nada, pero lo tiene todo", subraya José Moro al recalcar que esta uva tinta fina es "capaz tanto de dar un vino joven con expresión frutal magnífico, como de envejecer hasta 30 años un vino y hacernos llorar", añade.

Una botella de Malabrigo en la bodega de Cepa 21.

Moro habla animado en su 'terroir' de Peñafiel antes de brindar con uno de sus modernos caldos de Cepa 21, la marca de vinos frescos cuyas uvas crecen en cepas centenarias diseminadas en una finca de 50 hectáreas orientada al norte para dotarle de más potencia frutal y en una altitud de entre 750 y 900 metros de la que brotan pocos racimos con aromas a mora y zarzamora muy definidos que luego afinan las barricas de roble francés en las que se guarda el vino para su envejecimiento.

Las levaduras autóctonas, extraídas de sus propias viñas, recuperan la esencia del 'terroir' del que proceden. "Si el suelo, el clima, la variedad y calidad de la uva o la madera donde reposa son factores determinantes en la calidad del vino, también lo son las levaduras con que se produce la fermentación alcohólica del mosto" argumenta Moro para presumir de unos vinos que llevan consigo el alma del viñedo.

"El vino auténtico tiene que oler a tierra, a la materia orgánica que las profundas raíces transfieren a la uva", asegura antes de agradecer a su abuelo y a su padre el amor que le transmitieron por el campo para decidirse en 1989 a comercializar la uva que ellos cultivaron con trabajo de sol a sol y sin descanso.

Fue en esas parcelas familiares de Valladolid, bajo la marca Emilio Moro, donde José Moro injertó hábilmente con uva tinta fina centenaria un suelo arcilloso, calizo y lleno de cascajo dominado por un clima de lluvias moderadas, veranos secos e inviernos largos y rigurosos. Durante 30 años llevó las riendas de la compañía, pero discrepancias familiares le empujaron en abril de este año ha abandonar la presidencia de la compañía. "Aún no está todo dicho", avisa este químico de formación y firme defensor de impulsar una Marca España vinícola que una a todas las denominaciones de origen nacionales para la promoción en el exterior.