Días antes del estreno comercial de Grace de Mónaco, llegaban algunas impresiones poco favorables desde el 67º Festival de Cannes, cuya sección oficial (fuera de competición) daba su pistoletazo de salida con este último filme de Olivier Dahan. Siete años después de adaptar el ascenso de otra artista-icono de los cincuenta en La vida en rosa (el biopic de la cantante Édith Piaf), el realizador galo se atreve con la popular y malograda actriz de Filadelfia, Grace Kelly, que tuvo que sustituir el sueño de Hollywood por sus responsabilidades como esposa, madre y princesa de Mónaco tras contraer matrimonio con Rainiero III.

Grace de Mónaco dejará a casi todos los públicos insatisfechos. Acotado su relato entre 1956 y 1962, fechas del enlace nupcial y de una gala benéfica de la Cruz Roja donde la princesa ejercería como principal baluarte del Principado, uno no encontrará ni una reveladora cinta de corte biográfico con voluntad documental (no obstante, se desmarca del rigor con un aviso inicial: «ficción inspirada en hechos reales »), ni una reconstrucción verosímil volcada en el retrato íntimo de la actriz que tuvo que colgar sus hábitos artísticos tras subirse al altar.

Dahan demuestra muy poco virtuosismo en la dirección, perdida en la suntuosidad de los decorados monegascos, y en algunos momentos parece ofuscarse tanto con el rostro de Nicole Kidman que uno no sabe si está tratando de conjurar a la difunta a través de sus ojos. El guión, en general, se muestra torpe al plantear la encrucijada de Grace Kelly, así como sus relaciones con el resto de personajes (su marido, Alfred Hitchcock, Maria Callas…).

Pasa de puntillas por casi todas las cuestiones políticas de la época, contexto dentro del cual la princesa pareció ejercer de elemento clave. El cuento de hadas de Dahan queda en cartón-piedra.