Festival de San Sebastián
La Concha de Oro agiganta a Albert Serra
La polémica obra es un retrato documental del torero peruano Andrés Roca Rey, al que observa muy de cerca tanto dentro del ruedo frente al toro como durante las rutinas que sigue antes y después de pisar la arena
Nando Salvà
Esta noche, Albert Serra ha dado un firme paso más en su camino hacia el lugar que el mundo cinematográfico tiene reservado a sus grandes maestros. Y al mismo tiempo, sin embargo, la Concha de Oroque el de Girona ha recibido este sábado, y que acredita ‘Tardes de Soledad’ como la mejor película de cuantas han competido este año por el galardón, simboliza para él la entrada en un nuevo territorio.
En primer lugar, gracias a este triunfo su carrera deja de ser una prueba de cuánto hay de verdad en ese socorrido refrán según el que nadie es profeta en su tierra: con su segundo largometraje, ‘Honor de cavalleria’ (2006), Serra llamó la atención del muy francés Festival de Cannes, el más importante del mundo, que desde entonces ha incluido en su programación la mayoría de sus películas posteriores; gracias a ‘Història de la meva mort’ (2013) se alzó con el Leopardo de Oro en el Festival de Locarno, muy prestigioso y muy suizo, mientras nuestro país no hacía ni caso; y su largometraje de 2022, la coproducción franco-española ‘Pacifiction’, obtuvo nada menos que nueve nominaciones a los premios César -dos de ellas se tradujeron en estatuilla- y exactamente cero nominaciones a los Goya; hasta hacerlo este año en el Festival de San Sebastián, además, nunca había presentado mundialmente una película suya en España. El galardón obtenido hoy, además, garantiza que ‘Tardes de soledad’ tendrá entre buena parte de sus espectadores a gente que nunca antes vio una película de Serra e incluso nunca había oído hablar de él.
Inevitablemente, muchas de esas personas acudirán al cine atraídas por la controversia que la película generó incluso antes de su estreno en el festival y a la que el premio servirá de altavoz. Retrato documental del torero peruano Andrés Roca Rey, al que observa muy de cerca tanto dentro del ruedo frente al toro como durante las rutinas que sigue antes y después de pisar la arena, es una obra evidentemente fascinada por el elemento ritualístico, la plasticidad, la estética y el misterio que envuelven la tauromaquia pero que también, de forma pretendida o no, demuestra con claridad cristalina cuánto dolor llega a sufrir el animal que participa en la corrida condenado a morir, porque quienes pretenden darle muerte le superan en número y recursos, y porque sin el derramamiento de su sangre la fiesta no sería tal cosa.
Dicho de otro modo, tiene potencial para ofender por igual a los animalistas y los protaurinos, porque el tema es polémico de por sí y porque, reconózcase, hoy en día es polémico hasta el café con leche. Quienes no busquen en ‘Tardes de soledad’ argumentos con los que reforzar sus posturas ideológicas sino valores artísticos, eso sí, encontrarán en ella algo muy diferente: por un lado, un deslumbrante juego de contrastes entre lo bárbaro y lo poético, entre lo natural y el artificio, entre el instinto y la premeditación y entre la masculinidad hegemónica del texto y el inconfundible homoerotismo del subtexto; por el otro, una experiencia visual y sonora apabullante, hipnótica y brutal.
La decisión de concederle la Concha de Oro es incontestable, y eso es algo que de ningún modo puede decirse de la mayoría de las otras que ha tomado el grupo de jueces presidido por la cineasta gallega Jaione Camborda. El único modo de encontrarle sentido al Premio Especial del Jurado otorgado a ‘The Last Showgirl’, de Gia Coppola -nieta de Francis Ford-, es entendiéndolo como una recompensa a cuanto la película tiene de reivindicación de su actriz principal, Pamela Anderson, una intérprete que sufrió durante años la cosificación, el desprecio y la denigración de los medios y la industria; por lo demás, es una obra tosca, superficial, construida sobre clichés y hasta insincera. Ganadora idónea de ese galardón habría sido el primer largometraje de la portuguesa Laura Carreira, ‘On Falling’, ejemplo perfecto de la única forma sensata de hacer cine social -con sutileza y confianza en la inteligencia del espectador, sin recurrir a didactismos ni manipulaciones- que a cambio ha tenido que conformarse con compartir ‘ex aequo’ el premio a la Mejor Dirección con la ópera prima de Pedro Martín-Calero, ‘El llanto’, que se sirve del lenguaje del cine de terror para exponer miedos que azotan nuestro presente, y que para ello exhibe una precisión narrativa y estilística asombrosa.
Por lo que respecta al premio a la Mejor Interpretación Protagonista recibido por la vitoriana Patricia López Arnaiz por su magnífico trabajo en ‘Los destellos’, la principal réplica que admite es que la película de Pilar Palomero habría merecido una recompensa mayor, y esto es exactamente opuesto a lo que cabe decir de ‘Cuando cae el otoño’, de François Ozon; que el jurado haya concedido el premio a la Mejor Interpretación de Reparto a su coprotagonista Pierre Lottin resulta discutible de por sí; que además haya recompensado la colección de tosquedades narrativas, estereotipos, maniqueísmos y tramas disparatadas que la componen otorgándole el galardón al Mejor Guion ya entra en la categoría de disparate.
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