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Premios Oscar

¿Y a quién le importan los Oscar?

La caída de audiencia podría comportar la reducción de presupuesto y llevar a los organizadores del evento a eliminar el champán Piper-Heidsieck del cátering. Es normal que estén preocupados

Will Smith abofetea a Chris Rock en la gala de los Oscar. Reuters

Durante la 95ª ceremonia de entrega de los premios OscarWill Smith no volverá a subirse de repente al escenario para girarle la cara a nadie de un sopapo. Jennifer Lawrence no se caerá otra vez por las escaleras de camino a recoger su estatuilla, y John Travolta no presentará de nuevo a Idina Menzel llamándola "Adele Dazeem"; el premio a la Mejor Película no volverá a permanecer durante unos segundos en manos del largometraje equivocado. 

Durante su celebración probablemente sucederán otros accidentes, o pifias, o embarazosos momentos de 'slapstick', aunque es posible que no. Y el problema, al menos para los organizadores de la gala, es que ese tipo de momentos imprevisibles e inimitables son los más memorables de las ceremonias más recientes. Y que da la sensación de que lo otro, los galardones propiamente dichos, importa cada vez menos. 

¿Alguien puede recordar sin recurrir a Google qué actores y actrices, además de Smith, ganaron el premio el año pasado? ¿Quién cuenta los días que faltan para el anuncio del nuevo título ganador en la categoría de Mejor Guion Adaptado?   

Caída de audiencia

Se da por hecho que, en los últimos años, los Oscar han ido perdiendo relevancia. Desde que alcanzaron su punto álgido a mediados de los 90, con cifras cercanas a los 50 millones de espectadores solo en Estados Unidos, los promedios de audiencia de las galas han ido cayendo en picado; a pesar del célebre bofetón, sin ir más lejos, la de 2022 fue la segunda menos vista de la historia -la menos vista es la que se celebró un año antes, el del confinamiento-, y la caída de espectadores podría ahuyentar a los anunciantes y por consiguiente a las grandes cadenas de televisión, y la reducción de presupuesto derivada de ello obligaría a los organizadores del evento a eliminar el champán Piper-Heidsieck del cátering. Es normal que estén preocupados. 

Algunas de las medidas que la Academia de Hollywood lleva tiempo tomando para invertir esa tendencia se entienden perfectamente, como la incorporación a su membresía de más jóvenes, más mujeres y más minorías. Otras, en cambio, son más discutibles. Con el fin de contentar a quienes no ven la gala porque la consideran demasiado larga, han reducido el número de videoclips cinematográficos que se emiten a lo largo de ella, y quitado importancia a la figura del presentador; el año pasado, asimismo, la entrega de las estatuillas correspondientes a ocho categorías, entre ellas algunas tan relevantes como Mejor Montaje y Mejor Sonido, fue celebrada de antemano y pregrabada, como ya sucede desde hace tiempo con algunos de los premios honoríficos. 

Y, para atraer la atención de un sector de la población que no suele mostrar interés en estos galardones, también en 2022 instauraron un par de premios del público, diseñados para recompensar películas más populares y taquilleras -es decir, las de superhéroes- y votados a través de Twitter. Dicho de otro modo, han ido haciendo todo lo posible para que la gala de los Oscar se parezca cada vez menos a la gala de los Oscar.

Nuevo estándar de consumo audiovisual

Lo cierto es que la progresiva pérdida de audiencia de la ceremonia se debe a varios motivos, pero ninguno está relacionado con lo que sucede o deja de suceder en su transcurso. El primero, de hecho, es un fenómeno que afecta a todas las emisiones televisivas en directo: tanto los iPhone y las tablets como internet y la revolución del 'streaming' han impuesto un nuevo estándar en nuestro consumo del entretenimiento audiovisuala la carta y de forma aislada e intermitente, y por tanto antitético de la experiencia comunal que el cine encarnó durante más de un siglo. 

Y la sustitución de la pantalla grande por las pequeñas no solo ha hecho que las películas dejen de ser el principal proveedor de celebridades sino que también ha cambiado la morfología de la producción cinematográfica de Hollywood en su conjunto porque, después de todo, elementos de un largometraje como la fotografía, la música y el montaje de sonido destacan menos cuando su escaparate es un teléfono y por tanto, dirán algunos, exigen menos cuidado. 

Entre los grandes damnificados de ese cambio de paradigma están el tipo de títulos que acaparaban nominaciones a los Oscar hace medio siglo, cuando más atención generaban los premios; películas diseñadas para ser vistas en una pantalla grande, vocacionalmente comerciales y diseñadas para atraer al mayor número posible de espectadores adultos como 'Titanic' o 'Salvar al soldado Ryan', o 'Braveheart'.

Los superhéroes resisten

 En la actualidad, recordemos, las únicas ficciones que atraen cantidades masivas de público al cine de forma sistemática, o casi las únicas, son las de superhéroes. Y aunque la Academia de Hollywood recibe cada vez más presiones que tratan de abrirla de par en par a esos 'blockbusters', hacerlo no solo significaría poner en entredicho su propia existencia y legitimar las peores tendencias de la industria sino que, decimos, no servirá para aumentar los espectadores de la gala.

Los Oscar seguirán existiendo, porque sirven para que los grandes estudios logren prestigio y ventas de entradas, y para que los artistas nutran sus carreras y sus egos. Y continuarán generando más atención que los premios que se conceden en otros gremios, como el de los médicos o el de los lampistas, y más de la que un espectáculo tan desesperadamente ombliguista tal vez merezca. En cualquier caso, con toda seguridad seguirán perdiendo relevancia. Y, en el caso de sus responsables, asumirlo con deportividad significa permitir que los Oscar sigan siendo los Oscar, con su mezcla de sentimentalismo y mal gusto y pancartismo y megalomanía.

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