Carlos López Puccio es, junto a Jorge Maronna, uno de los dos componentes históricos de Les Luthiers”, maestros del humor que llevan nada menos que 55 años en ese oficio. En ese tiempo han recogido también agradecimientos y reconocimientos, como el premio “Princesa de Asturias” de Comunicación y Humanidades en 2017. Carlos López Puccio (Rosario, Argentina; 1946) y el resto de sus compañeros –Roberto Antier, Tomás Mayer Wolf, Martín O’Connor y Horacio Tato Turano, además de Pablo Rabinovich y Santiago Otero como alternantes– no tardarán mucho en traer a a la ciudad olívica su nuevo espectáculo, “Gran reserva”, una antología con los números más celebrados del grupo. El 21, 22 y 23 de octubre estarán en el auditorio Mar de Vigo.

–¿Qué lugar ocupa el humor en un mundo cada vez más malhumorado?

–Por ese mal humor, precisamente, es que el humor resulta hoy más necesario; aunque cada día sea más difícil practicarlo en este mundo tumultuoso.

–¿Los jóvenes pueden disfrutar del humor de veteranos como ustedes o hay que tener cierto bagaje vital para entenderlo?

–Claro que pueden; hay que tener ganas de disfrutar con este humor que trata de ser refinado, universal y atemporal. Esas ganas no dependen de la edad, sino de aspectos de la personalidad de cada quien. Lo que quizás sea conveniente para gozarlo plenamente, es poseer un cierto bagaje cultural. Pero este no es un requisito imprescindible, hay varias capas en nuestro humor y muchas de ellas son disfrutadas hasta por los niños.

–¿Qué aportan los nuevos componentes, más jóvenes, a Les Luthiers?

–En principio, aportan juventud, que no es poco. Además, todos traen enorme experiencia y sabiduría, teatral y musical, lo cual enriquece y facilita el trabajo, la creación y la recreación.

–¿Cómo ha cambiado la manera de hacer humor en los 55 años que llevan de carrera?

–Hoy ya no existen las grandes ideologías del siglo XX. Ese espacio lo han ocupado, fragmentariamente, muchas banderas, banderitas y banderines. No son poco importantes, pero cada una tiene una visión más focalizada, más restringida. Lamentablemente muchos embanderados solo perciben la realidad a través del filtro de su militancia, sea esta grande o pequeña, y eso a menudo despierta una suerte de reacción paranoide, del tipo de “están manoseando mi tema sagrado”.

–¿Cuáles son sus banderas rojas, sus límites a la hora de hacer un chiste?

–La medida ha sido siempre el dolor ajeno. Si hay una persona que sufre con algo que hacemos, tratamos de evitarlo. Claro que este sufrimiento no siempre nos resulta detectable: cuando apuntamos a la corrupción de los políticos, por ejemplo, ninguno se puso el sayo.

–¿Cada vez es más fácil ofender a la gente?

–Por supuesto, hoy se ha hecho más difícil transitar un sendero ascético que, para los militantes de alguna de las muchas causas, no bordee terrenos irritantes, su “zona sagrada”. Es difícil explicarle a un fanático la frontera entre la humorada y la burla. Y hasta, a veces, la diferencia entre lo real, la vida, y lo simbólico, lo teatral en nuestro caso.

–¿Con quién y de qué se ríen Les Luthiers?

–Nos reímos con Woody Allen, con Tricicle, con Monty Python. Chaplin, gran maestro. Los “qués” están implícitos de maneras y proporciones diferentes en los personajes de ese listado: elegancia en la estructura del humor, presencia de la cultura, suprema capacidad mímica y actoral, mordacidad en la descripción de la realidad, refinamiento paródico, sutileza en la ironía y contención en la sátira...