La historia de los Óscar está llena de episodios difícilmente explicables. En una de sus galas, un espontáneo irrumpió en el escenario y lo cruzó al trote, completamente desnudo; en otra, John Travolta presentó a la cantante Idina Menzel llamándola “Adele Dazeem”; en otra, la estatuilla a la mejor película se le dio durante unos segundos a la película que no era. ¿Lo recuerdan? En todo caso, en lo que les queda de existencia los premios no volverán a vivir nada tan increíblemente extraño como su 93ª edición, que culminará con la ceremonia de este domingo (madrugada del lunes, hora de aquí) y cuya preparación lleva meses envuelta en anomalías a causa de la pandemia. Repasamos algunas de ellas:

El desconcierto de los votantes. Desde marzo de 2020, los festivales de cine, o bien fueron cancelados, o bien se celebraron en circunstancias anómalas, y no fueron capaces de llevar a cabo el tipo de trabajo predictivo que, sin ir más lejos, en 2019 situó “Parásitos” al frente de la carrera hacia el Óscar. Asimismo, los grandes estudios de Hollywood pospusieron todos sus estrenos, por lo que esta vez los miembros de la Academia no pudieron dejarse influenciar por los datos de taquilla a la hora de confeccionar las nominaciones; la maquinaria promocional destinada a orientarlos, asimismo, ha sido menos intensa que de costumbre. Los académicos han pasado más tiempo atendiendo a los noticiarios y consumiendo telebasura que haciendo un trabajo de selección de películas para el que este año no tenían libro de instrucciones, y eso explica –entre otras cosas– que en esta ocasión fuera tan difícil predecir las nominaciones. En cualquier caso, que a nadie le quepa duda: en cuanto los grandes estudios vuelvan a marcar la agenda de Hollywood, la presencia del cine independiente en la temporada de premios volverá a ser residual.

La hora del ‘streaming’. Tras la gala de los Óscar de 2020, pese a haber acumulado un tercio de las nominaciones de las categorías principales, las plataformas de streaming volvieron a casa con las manos prácticamente vacías, y dieron así argumentos a la creencia generalizada de que en el seno de la Academia se les tenía ojeriza. En el caso de que fuera cierta, esa actitud ya es cosa del pasado. En Hollywood se asume que a lo largo de estos meses de pandemia, si el negocio del cine no se ha hundido del todo, ha sido en buena medida gracias a empresas como Netflix y Amazon Prime. Y, ya sea a través de sus propias producciones originales o de películas de estudio tradicional que fueron estrenadas “online” en Estados Unidos a causa de la pandemia, en la ceremonia el streaming será protagonista. ¿Y qué pasará después? Cuando, hace ahora un año, la Academia anunció que las películas de 2020 no necesitarían haberse estrenado en salas para ser nominables al Óscar, inmediatamente se matizó que aquella era una medida excepcional, pero ¿podrá la experiencia cinematográfica tradicional recuperar su papel preponderante en Hollywood ahora que la pandemia nos ha acostumbrado a ver cine en casa? Habrá que esperar a los Óscar de 2022 para saberlo.

Nominaciones multicolor. Nunca antes, en toda la historia de los premios, había habido menos hombres blancos entre los nominados en las principales categorías. Por primera vez hay más de una mujer entre los candidatos en la de mejor dirección, y una de ellas, Chloé Zhao, es la primera directora asiática o de color en ocupar esa posición; si es ella la que se lleva esa estatuilla gracias a “Nomadland”, como las quinielas auguran, será solo la segunda mujer en lograrlo en casi un siglo. Por otra parte, en esta edición nueve de los veinte intérpretes candidatos son de origen no caucásico, y esa es una cifra récord. Steven Yeun, protagonista de “Minari. Historia de mi familia”, es el primer nominado asiático a mejor actor, y Riz Ahmed, protagonista de “Sound of metal”, el primer nominado musulmán en ese mismo grupo.

Conviene reseñar, asimismo, que varias de las ficciones nominadas en la categoría de mejor película revisan la historia y la identidad estadounidenses desde el punto de vista de un tipo de personajes a menudo excluidos de Hollywood: una familia de inmigrantes coreanos en “Minari”, hombres y mujeres negros que luchan por su autodeterminación en “Judas y el Mesías negro”, y trabajadores temporales de edad avanzada a los que el sistema ha abandonado en “Nomadland”. Los optimistas dicen que el cambio de dinámica es el resultado de los cambios introducidos en la membresía y el reglamento de la Academia; los pesimistas, que Hollywood haya dado protagonismo a las minorías de forma excepcional en un año en el que, de todos modos, la gente tiene puesta su atención en otro lado. Veremos.

Una gala distinta. A lo largo de 92 ediciones, el formato de la ceremonia de entrega de los Óscar se ha mantenido tediosamente inmutable, o inmutablemente tedioso. En 2021, sin embargo, las limitaciones impuestas por la pandemia han obligado a la Academia a replantear la gala a nivel logístico, y al mismo tiempo le han dado la oportunidad de hacerlo a nivel creativo.

Este año el escenario principal del acto no será el Dolby Theatre, sino la Union Station, la icónica estación ferroviaria de la ciudad de Los Ángeles. Allí no habrá público presencial; los únicos asistentes serán los nominados que no hayan declinado la invitación, los diferentes encargados de anunciar los premios y los acompañantes de unos y otros –uno por cabeza como máximo–; para garantizar la participación de aquellos candidatos residentes en el extranjero que no hayan podido viajar a Estados Unidos, se han previsto conexiones vía satélite y la emisión de cierto contenido pregrabado, pero que nadie espere videoconferencias a través de Zoom ni, por tanto, premiados que pronuncian su discurso en pijama.

Por lo que respecta a los aspectos formales y narrativos de la gala, la Academia del Cine encargó su diseño al director Steven Soderbergh, y este afirma que la ceremonia será “como una película de tres horas”. Es difícil hacerse una idea exacta de qué significa eso –al fin y al cabo, en la variada filmografía del director de “Contagio” hay hasta películas filmadas con un iPhone–, pero, incluso en el peor de los casos, debería ser el primer paso hacia una renovación necesaria.

Déficit de atención. Por muy bueno que el trabajo de Soderbergh resulte ser, la cadena estadounidense ABC asume que este año los “Oscar” le proporcionarán los peores datos de audiencia televisiva desde que empezaron a retransmitirla, en 1976, porque, en general, las películas nominadas han sido incapaces de concitar el interés del público. Y eso deja claro que, de momento, los estrenos en salas de cine y el andamiaje publicitario que los soporta son esenciales para garantizar el acceso de las películas al “Zeitgeist”, que su capacidad para formar parte del debate cultural sigue siendo mucho mayor si permanecen durante semanas en cartelera que si desaparecen rápidamente en los confines de un catálogo virtual; que, dicho de otro modo, a ojos del público las películas vistas en streaming tienen menos valor.

El futuro del cine, y, por tanto, también el de los Óscar, dependerá de nuestra capacidad para superar ese prejuicio.