Lluís Quílez (Barcelona, 1978) ha tenido que vivir con incertidumbre cuál sería el destino de su película Bajocero, cuyo estreno estaba previsto en principio para el pasado 9 de octubre y se retrasó hasta que Netflix ha terminado adquiriendo los derechos de su distribución. El director, que ha acumulado centenares de galardones por sus cortometrajes, se enfrenta ahora a un thriller claustrofóbico en ambiente gélido protagonizado por Javier Gutiérrez, Karra Elejalde y un puñado de estupendos secundarios que dan vida a un grupo de presos que tienen que ser trasladados en un furgón blindado en una noche que se convertirá en una pesadilla.

–¿Cuál es el germen de este proyecto?

–De pequeño vivía cerca de la cárcel Modelo de Barcelona y durante muchos años se especuló con su cierre hasta que finalmente ocurrió. Leí en la prensa todo el dispositivo que tenían que hacer para trasladar a miles de presos y eso me produjo curiosidad. Así que a partir de ahí comencé a tirar del hilo, quería hacer un thriller duro, un policial seco, violento, en la línea de lo que se hacía a finales de los 70 y principios de los 80.

–La película se abre con una brutal paliza bajo la lluvia. Me recordó a ciertas escenas de venganza del cine coreano.

–Es que a mí me encanta el thriller coreano y también a Fernando Navarro, el coguionista. Uno de mis directores favoritos es Na Hong-jin (The chaser) y por supuesto también Bong Joon-ho y Park Chan-wook. Ellos hacen muy bien una cosa que nosotros queríamos incorporar: que el thriller se impregne de costumbrismo. Son películas muy locales, pero al mismo tiempo universales.

–El personaje que interpreta Javier Gutiérrez es un policía que de verdad cree en la ley y respeta las normas.

–Es un personaje muy cuadriculado, muy normativo. De alguna manera se siente amparado por la ley, hasta que tenga que poner a prueba sus valores. En realidad, es una película que habla del individuo contra el sistema, de los límites entre la ley y la justicia.

–¿Cómo eligieron los perfiles de la pandilla de presos?

–Una cárcel no es más que un reflejo de la sociedad, un muestreo de lo que hay fuera. Hemos intentado basarnos en la crónica actual, en una serie de personajes que pueblan las cárceles españolas. Hay un político corrupto, un politoxicómano, un mafioso ruso... Son perfiles que están en el imaginario colectivo. Y hay otros más complejos y empáticos como el que interpreta Luis Callejo.

–Es una película que está continuamente poniendo a prueba al espectador, con constantes giros y acontecimientos inesperados.

–En realidad, es una historia muy sencilla. Son las que más me gustan, las que van de A a B. Las motivaciones de todos los personajes están muy claras, pero depende de cómo la cuentes podría haber sido un drama social. Yo he querido utilizar los mecanismos y engranajes del thriller. En ese sentido, Alfred Hitchcock es un maestro, cómo dosifica la información, cómo cambiaba el punto de vista para jugar con el espectador y sorprenderle. En Bajocero he intentado plantear un relato que poco a poco se va desplegando y aporta matices diferentes, se va regenerando a medida que avanza y llevándote a lugares que no esperas.

–La atmósfera invernal, la sensación gélida, en definitiva, el invierno y las bajas temperaturas son fundamentales en la película.

–Queríamos que fuera una película de supervivencia extrema y nos gustaba la idea de que el clima, las condiciones adversas, jugaran un papel fundamental. La sensación de helor constante, la lucha contra los elementos me interesaba mucho, cuando una localización o un espacio se convierten en un personaje más y ayudan a construir la historia. En Bajocero la película que más me influyó en ese sentido fue La cosa, de John Carpenter.

–Pensaba que esta era su ópera prima, pero dirigió hace unos años una producción americana con guion de los hermanos Pastor, Out of the dark, ¿cómo fue esa experiencia?

–Para mí, Bajocero es mi primera película, porque es la primera que hago en España y la primera que yo escribo y además es continuista con el estilo que he ido desarrollando en los cortometrajes durante 15 años. La otra fue una película de encargo que rodé en Colombia. Me enseñó muchísimo, sin ella no estaría aquí, pero me dejó un sabor agridulce porque al ser una producción americana no pude controlar el proceso, y eso es duro.