Pixar: ¿cine para niños o cine para adultos?

Mia, de 3 años, habla de “Soul” como “la peli del nene que se cae por la alcantarilla y se muere”. Desde su estreno en Disney+ el pasado 25 de diciembre, la ha visto varias veces de forma fragmentada, tan atraída por su deslumbrante colorido como despreocupada por los conceptos elevados que maneja: el alma, la muerte o el mismísimo sentido de la vida. Marcel, de 9 años, ha preferido, en cambio, verla solo una vez: le impresionó la escena en la que el protagonista se dirige al más allá a través de una cinta transportadora cósmica. Le dejó inquieto la visualización del concepto metafísico de eternidad, ese momento en que las almas alcanzan la luz blanca y se desvanecen en su interior tras un simple chisporreteo.

“Soul”, estarán ya al caso, relata la historia de un profesor de jazz que cae accidentalmente por una alcantarilla y que, tras llegar a las puertas del cielo, hará todo lo imposible por regresar a la Tierra en compañía de un alma que, en cambio, no tiene ningunas ganas de vivir la vida. Suena complejo, y lo es, pero también es cien por cien entretenido y, sobre todo, inspirador y estimulante. Como era de prever, el filme de Pete Docter para Pixar ha reabierto el debate sobre los límites entre la animación infantil y la adulta. Ya ocurrió con su anterior trabajo, “Del revés (Inside out)”, arriesgado estudio sobre las emociones humanas. ¿Son películas hechas para niños o para mayores? ¿Están los más pequeños preparados para comprender o asimilar ciertas de sus ideas simbólicas? ¿Pixar ha renunciado a hacer cine infantil y prefiere poner la vista en los jóvenes adultos que crecieron viendo “Toy story”? Según la definición del propio Docter, “son películas suficientemente inteligentes para los niños y suficientemente simples para los adultos”.

Obras de múltiples capas

En verdad, el cine de Pixar siempre ha sido un poco así: obras de múltiples capas, al mismo tiempo simples y complejas, preocupadas tanto por entretener como por hacer pensar en grandes temas como la ecología (“Wall·E”), el tránsito a la edad adulta (“Toy story 3”), los miedos infantiles (“Monstruos, S.A.”) o la muerte (“Coco”). “En efecto, son películas que están configuradas para que cada fragmento de edad tenga dónde agarrarse. La cuestión con Pixar es que cada vez sube un poco más ese listón de lo que es habitual, y en ese sentido se han convertido en una revolución en el cine familiar, porque han conseguido ampliar el espectro de público como nadie lo había hecho”, explica Manuel Cristóbal, productor de “Arrugas” y “Buñuel en el laberinto de las tortugas”.

Abecedario propio

“No se puede, ni se debe, subestimar la imaginación de los niños”, asegura Mario Torrecillas, director de PDA (Pequeños Dibujos Animados), imprescindible taller audiovisual para la realización de películas de animación en colegios de todo el mundo, incluido un campo de refugiados en Haití. “Siempre hemos tenido en la cabeza la convención de que las películas de dibujos son solo para niños. Y la animación es un lenguaje audiovisual con su propio abecedario. No solo existe la A. También están la B y la V. La clave del éxito de Pixar es juntar la A con la V, y hacer películas de cien millones de dólares con un alcance de llegada muy potente, juntando distintas letras del abecedario como solo Miyazaki y su estudio Ghibli se habían atrevido a hacer hasta ahora”, explica Torrecillas.

Para el guionista (y extaekwondista), Pixar sabe lo que se hace: “Han sido capaces de tener un parque temático con una atracción de Ratatouille en París y al mismo tiempo conseguir que esa película sea una maravillosa reflexión adulta sobre un crítico gastronómico probando un plato que le haga evocar un recuerdo perdido de cuando era un niño feliz. No hay que olvidar que son americanos, manejan los números y saben que una película solo para niños no alcanza para hacer rentable un presupuesto de 100 o 150 millones de dólares. Por eso tienen que diversificarlas, hacerlas para niños y para mayores”.

Necesario para padres

María Abellán es psicóloga infantil y ha visto “Soul” pensando en los niños pero también en los padres. “Me parece una bomba para que se replanteen ciertas cosas: la sobreexigencia, el supuesto propósito de la vida... De hecho, mucho fracaso escolar y muchos problemas de adicciones y de conducta ocurren porque los niños piensan que no valen para nada. Como tienen que sentirse importantes para algo, pues se hacen los mejores en pasotismo o en rebeldía. Y esa exigencia también puede hacer aparecer la depresión, la ansiedad y los trastornos psicológicos. Precisamente son las dos fases por las que pasa el personaje de 22”, apunta Abellán en referencia a la pequeña alma que no quiere ir a la Tierra a ocupar un cuerpo físico.

Pregunta de unos padres inquietos: ¿desde qué edad es recomendable que los niños vean “Soul”? “Lo importante es que el niño establezca una conexión con la película, aunque sea a través de los golpes de humor. Pixar ya se encarga de incluir gags que capten la atención, aunque sea desde un nivel superficial”, opina María Abellán. En cuanto al trasfondo filosófico, aunque no lleguen a entenderlo en toda su magnitud, les queda acumulado a modo de poso: “Son conceptos que están ahí, en la vida, y se acaban convirtiendo en una fuente de diálogo con los progenitores”.

Tratar los grandes temas

“‘Soul’, a mi juicio, no es una película infantil. Pero no lo es como no lo son las obras que se conocen como literatura infantil, como Alicia, Moby Dick o La isla del tesoro”, afirma Javier García Rodríguez, escritor y profesor de Literatura Comparada de la Universidad de Oviedo. “En el caso de “Soul”, creo que todo es muy evidente, muy obvio: el sentido de la vida, las decisiones, vivir es suficiente. Un mensaje que creo que no llega a los niños, porque exige un pensamiento simbólico que quizá aún no tengan; pero sí les exige superar ciertas limitaciones, y eso siempre es bueno”.

Alberto Vázquez ganó hace unos años el Goya a la mejor película de animación con “Psiconautas, los niños olvidados”, cuya calificación es no recomendada para menores de 16 años. Recuerda casos como el de “Los Simpson”, que en un principio se trataba de animación adulta y pasó a convertirse en un fenómeno cultural consumido por todos los públicos. Reflexiona sobre su generación, que veía contenidos adultos que hacían crecer la imaginación. ¿Hasta qué punto existe en nuestra sociedad una sobreprotección al menor? “En la televisión se ven cosas más duras”, comenta. “No hay que tener miedo de ver películas que toquen ciertos temas y quedan muchos por tratar. Lo importante es que tengan sentido, no que se metan con calzador”.

Animación para todos

El pasado mes de noviembre, Netflix estrenó el largometraje “Bob Esponja: un héroe al rescate”. Ahí no había profundos discursos existencialistas como en “Soul,” pues su principal propósito, como ya había quedado claro en sus 13 temporadas televisivas para la cadena Nickelodeon, era el entretenimiento desacomplejado y el delirio colorista; el equivalente audiovisual a una fiesta infantil en un Chikipark con barra libre de Fanta y chuches. Aun así, la película acababa siendo una sincera y emocionante exaltación de la amistad; como la serie, desde siempre, había desprendido una jubilosa joie de vivre tan poco discursiva como efectiva. En realidad, buena parte de las series que hemos podido disfrutar en los últimos años en canales como Cartoon Network (“Hora de aventuras”, “Historias corrientes”, “El asombroso mundo de Gumball”, “Tito Yayo” o “Somos osos”, por poner cinco ejemplos) han sabido combinar con magnífica habilidad el mero entretenimiento para los más pequeños con atrevidos acercamientos a la fantasía sin tapujos, la cultura popular ochentera o la familia heterodoxa que han atraído tanto a los más niños más mayores como a adolescentes y adultos de espíritu abierto.

“Al final me da la sensación de que este tipo de películas y series tienen menos miedo, son más valientes, confían más en los niños que los adultos. Es necesario confiar en los niños, pensar que son capaces, porque es la única manera en la que les presentamos retos, valores y conceptos para que ellos los capten, los elaboren y los desarrollen”, culmina María Abellán.