Todavía existen muchos lugares en los que ser madre soltera constituye un auténtico estigma. En Marruecos, las mujeres que se quedan embarazadas fuera del matrimonio son excluidas de la sociedad y tanto ellas como sus hijos bastardos se convierten en parias, en marginados del sistema.

Cuando Maryam Touzani era joven, sus padres acogieron a una chica en avanzado estado de gestación que dormía en la calle. Esa experiencia la marcó profundamente, ya que incluso la acompañó después de dar a luz a entregarlo en adopción. Pero no fue hasta que ella misma fue madre cuando se dio cuenta del desgarro y la violencia de toda esa situación. Recordó el llanto de aquella mujer y pensó qué sería de ella si tuviera que abandonar al niño que tenía en sus entrañas por culpa de la intolerancia. De esa dolorosa experiencia surge Adam, su ópera prima como directora, estrenada este viernes en los cines (que permanecen abiertos en España). “Ser madre soltera en Marruecos es una de las cosas más difíciles que le puede suceder a una mujer. Es casi imposible integrarse socialmente, no encuentran trabajo, se las expulsa y humilla”, cuenta la directora.

La película parte de este suceso autobiográfico, pero se encarga de abordar muchos otros temas relacionados con la mujer en su país. La protagonista, Samia (Nisrin Erradi), ha salido huyendo de su pueblo para escapar de la vergüenza de haberse quedado embarazada y deambula por la medina de Casablanca. Después de varias noches en la más absoluta indigencia será acogida por Abla (la gran Lubna Azabal, protagonista de Incendios), una viuda que tiene que hacerse cargo ella sola de su hija pequeña y que regenta una pequeña pastelería. Si la relación al principio es tensa, poco a poco las dos mujeres se irán abriendo la una a la otra y encontrarán un espacio de comprensión mutuo que permitirá que muchas de las barreras que ambas se habían creado para sobrevivir, vayan dejando paso a la empatía y la solidaridad.

“Yo quería enfocarme en la interioridad de estas mujeres. Quería adentrarme en sus sentimientos, en sus miedos, quería explorar su alma, lo que les hacía vibrar y lo que las agobiaba. Por eso la cámara siempre está tan cerca de ellas, como si quisiera tocarlas, para crear una sensación de intimidad”.

El espacio de la medina de Casablanca también adquiere una importancia fundamental. A pesar de ser una película de puertas adentro (con encuadres pictóricos que recuerdan a Caravaggio por la luz y la composición) la vida se cuela por la ventana de la pastelería para poner de manifiesto el contexto en el que se encuentran.

La directora cuenta emocionada que antes de estrenar Adam (el nombre que Samia le pone a su hijo), se la enseñó a un grupo de mujeres que habían pasado por esta situación. «Se han creado pequeñas comunidades y asociaciones para ayudarlas a integrarse en la sociedad, pero hay tantos casos que están desbordadas. Fue una experiencia inolvidable ver esta película con ellas, tuvieron que remover muchas de sus heridas, pero lo más bonito que me dijeron es que gracias a esta historia por fin se habían sentido dignificadas”.