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Pucho Barciela, 88 años después... un ser extraordinario

Alberto Barciela y su padre, José Barciela, Pucho.

Alberto Barciela y su padre, José Barciela, Pucho.

Alberto Barciela

Alberto Barciela

No siempre la vida se mide en años, sino en la intensidad de las caricias que quedaron por dar y en la huella que dejamos en el corazón de los demás. Hoy quiero honrar la memoria de un ser excepcional, un hombre que supo hacer de su vida una obra de amor y de amistad: José Barciela «Pucho» (1937-2023, hostelero español), mi padre.

Para los redondelanos, fue Pucho, el «choqueiro ejerciente» que hizo de la hostelería su profesión y su pasión. Durante más de cincuenta años, convirtió Casa Barciela en un faro de la buena mesa, reconocido por la calidad de sus productos. Su trabajo le valió el Premio Provincia de Pontevedra de Hostelería, un galardón que él, con su humildad habitual, agradeció en la gala de 2019, donde afirmó que la verdadera felicidad reside en hacer el bien.

Pero Pucho fue mucho más que un hostelero. Fue un cronista de su pueblo, con una memoria prodigiosa que le permitía narrar historias y anécdotas de sus antepasados. Era un hombre galante, afable, cercano, con un envidiable sentido del humor que le ayudó a sobrellevar las pérdidas que la vida le impuso, como el fallecimiento de sus dos esposas, mi madre, María Alicia Castro, y la inolvidable Flora Rodríguez Ennes.

Pese a los profundos dolores, siempre encontró en la sonrisa y el amparo de sus amigos su mejor refugio. Supo canalizar su sufrimiento en amor y trabajo. Nos dio todo, incluida una familia entrañable que él mismo formó y que nos incluye a todos, incluida esos hermanos definitivos y luchadores que formamos con Locha, Manolo, Enrique, Virginia y Cristián. Todos lo recordamos con un afecto imperecedero.

Pucho vivió plenamente. Su lema, «en la vida hay que ser normal», es una lección de sencillez que aplicó cada día. Su recuerdo es la caricia que no cesa, el eco de su risa, que se mezcla con el tintineo de los vasos y las anécdotas en el Restaurante Barciela, un espacio sagrado que mi padre y yo aprendimos a habitar juntos, sin necesidad de palabras. Lo echamos de menos, pero su memoria es el regazo al que siempre podemos volver.

Besos al cielo para ti, papá, y para nuestra amada María Alicia, mi madre.

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