La luz de Otero Baena brilla en su centenario

El Museo de Pontevedra inauguró ayer la exposición «José Benito Otero Baena. Un pintor sen pinceis», una antológica que reúne más de 40 obras de uno de los grandes maestros gallegos en el uso de la espátula para pintar.

La luz de José Benito «Pepé» Otero Baena sigue brillando con intensidad. Lo hace a través de sus cuadros, en los que el color pide protagonismo y en los que el artista transgredía de manera consciente y deliberada las tonalidades de la naturaleza para alejarse de una representación mimética de la realidad. Un alejamiento para ofrecer su propia visión de esa realidad a través de la luz y el color. Esa luz y ese legado aún alumbran hoy y buena prueba es la apertura de la exposición «José Benito Otero Baena. Un pintor sen pinceis», que se inauguró ayer en el Museo de Pontevedra con la presencia de representantes de la Diputación, Concello de Bueu y familiares.

La muestra reúne alrededor de 40 cuadros y dibujos de Otero Baena, una obra que se puede datar entre 1949 y 2016, hasta los meses previos a su fallecimiento. Los cuadros proceden de colecciones particulares y del Museo Massó, un lugar que frecuentó durante la década de 1940 y donde conoció a Urbano Lugrís, que en aquel entonces pintaba los cuadros de gran formato que servirían para decorar el comedor de las empleadas de la conservera Massó.

La exposición, que se podrá visitar hasta el 19 de enero, cierra varios círculos. Por un lado, sirve para conmemorar el centenario de su nacimiento, que se celebra en 2025. Y, por el otro, es una suerte de vuelta a casa. Otero Baena fue uno de los artistas becados por la Diputación –en su caso en el año 1952– para estudiar pintura en Madrid. Una estancia breve, que se interrumpió abruptamente debido a las obligaciones laborales. Pero Otero Baena nunca dejó de pintar ni de formarse. Hubo épocas de menos actividad, como cuando prácticamente le obligaron a ser alcalde de Bueu en sustitución de José María Massó entre 1971 y 1979.

La producción pictórica regresa con fuerza a partir de 1989, a raíz de su jubilación. Una forma de pintar que según la comisaria de la exposición, Beatriz San Ildefonso, en la que vuelve a los mismos temas –como paisajes marítimos y embarcaciones tradicionales– pero no del mismo modo. «Su estilo evoluciona hacia una nueva forma de expresar el color, que atempera la violencia al emplear tonos suaves, lo que, unido a su constante búsqueda de la luz ocasiona escenas inundadas de claridad», explica. Y siempre con la espátula, en cuyo uso era un auténtico maestro, que le permitía modelar el pigmento para transmitir la realidad tal como él la veía.

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