Asegura que le gusta pintar desde niña, que le embelesaba ver hacerlo a su padre, José Luis Galiñanes, un pintor autodidacta fallecido hace doce años, que nunca quiso exponer, lo hacía en casa, pero que pintaba “increíblemente bien”, como recuerda su hija Marisa Galiñanes. Ella heredó de su padre esta pasión por la pintura, en la que se inició también como autodidacta, pero siempre teniéndole como guía en las luces, las sombras y contrastes y durante un tiempo perfeccionándose en las clases de la gran pintora Sabela Canitrot.
Estos días, Marisa Galiñanes expone en el local Lombok, de Cangas, una representación de sus cuadros, realizados algunos de ellos con acuarelas de café, así como camisetas con sus creaciones impresas de “Vístete de arte” y lámparas realizadas con latas de café, que recicla con la ayuda de su marido.
Vive rodeada de cafés. Puede llegar a poner más de 60 al día en su puesto de trabajo, entre entrega de barras de pan, dulces, empanadas o pasteles, y no se agota de volver al café cuando llega a su casa: “Cuando pinto y dibujo descanso yo, mi mente, mi cuerpo, como digo siempre, pintar y dibujar es mi mejor terapia”. El café es para ella un modo de expresión y de ese cacillo del portafiltros de la cafetera de su casa, ella hace una acuarela. Pinta óleo, también acrílico, le encanta el carboncillo y el grafito, prueba con sombras de ojo y también ha probado a pintar con vino del que reconoce que le ha “gustado”.
En la exposición abierta, y que se puede visitar sin fecha de clausura, se pueden ver algunos de sus cuadros realizados con la técnica del café como el de una geisha y el de una mujer con las águilas. También hay ejemplos de las lámparas que realiza con las latas de café: “Las veía todos los días en mis manos, ya que parte de mi trabajo es poner cafés y entonces, me dije, tengo ganas de hacer algo con estas latas y con la ayuda de mi marido, las convertimos en lámparas. Yo las pinto y él monta la instalación eléctrica”.
Aún recuerda su primera exposición en la antigua cafetería La Habana, en el paseo de Rodeira y, cómo no, la anécdota con un profesor en la escuela, que no se creía que los dibujos que llevaba a clase los hiciera ella y se los mandaba repetir en el aula. Ella se negó ya que no entendía que no la creyera y le suspendió una asignatura en la que se defiende muy bien, porque pinta como una artista. Al Lombok vuelve a exponer por segunda vez en una trayectoria que le ha llevado a exponer en el antiguo Plantaciones de Origen, Adicam o el Bar dos Chata.