Cuatro ex alumnos de la unitaria de Balea quieren reunir a los niños que estudiaron en ella
Vivieron una etapa de sonrisas, como pandilla, pero de muchas lágrimas por el sistema de "la letra con sangre entra"

Foto antigua de aquellos alumnos de la escuela de Balea a los que ahora se intenta juntar en una reunión. / Cedida
En aquella escuela de 1956, muy cerca de donde está el restaurante Casa Simón, y de la que solo queda un muro derruido de piedra, en la parroquia de Darbo, en Cangas, estudiaban todos los alumnos juntos, desde los más pequeños hasta los que completaban segundo de Bachiller o incluso la enseñanza náutico-pesquera, que impartía Armindo Rodríguez Franco -don Armindo-, cuyo apellido hace recordar a exalumnos lo “caudillo” que era. Era la época de cuando la Dictadura repartía la leche en polvo a las escuelas para que todos los niños recibieran alimento, pero también de cuando el sistema pedagógico era el de “la letra con sangre entra”, como recuerdan José Refojos “Nené”, José María Vilas, Alfonso Calvar y Andrés Jesús Rodríguez, que coincidieron en algunas clases y que se han juntado para intentar localizar a los 91 de don Armindo y organizar un encuentro para recordar aquella etapa de sonrisas y lágrimas, de la alegría de una pandilla y del miedo al maestro, del que tenía fama que sacaba adelante a los niños más difíciles.
Cuentan con una foto de “familia” de todos aquellos alumnos a la que van poniendo número y nombre, a medida que los identifican pero todavía les faltan muchos por averiguar en esa larga lista de caras.

José María Vilas, Alfonso Calvar, Nené Refojos y Andrés Jesús Rodríguez, ante el solar en donde estaba la escuela de Balea. / Santos Álvarez
En la memoria de estos cuatro exalumnos sigue presente el ruido de la Lambretta en la que llegaba don Armindo, con la que rompía la alegría de sus juegos de antes de clase y les hacía ponerse en guardia. Aunque natural de la zona de Pontevedra, llegaba desde Cangas, en donde creen que vivía y pobre del niño que llegara tarde a clase. Quien no entraba a su hora, tenía que hacerlo de rodillas por todo el pasillo central, desde la puerta hasta la mesa del profesor. “No compensaba llegar tarde”, recuerdan también entre risas.
El maestro, según una biografía de la que disponen, había sido brigadista durante unos años tras el levantamiento militar del 36 y llegó a Cangas en el 46 en donde se hizo cargo de la Escuela de Niños nº 3 y en enero del 56 de la de Balea hasta 1961 y siguió hasta el 69 en Orientación Marítima Pesquera para la obtención de los títulos de patrón de litoral y de segunda clase.
En aquella escuela aprendieron un poco de todo, desde lengua a geografía, geometría, lectura o a hacer dictados con análisis. El horario era de mañana y de tarde, cada niño iba a su casa a comer y volvía al aula. Recuerdan con mucho temor los ejercicios de aritmética. Eran 15 problemas y si llegaban a clase sin todas las respuestas “cobrabas”.
Todos salieron de allí para proseguir los estudios, algunos hacia el internado de los Paules, en Marín; e incluso uno de ellos se hizo maestro y ejerció durante toda su vida, eso sí, sin los métodos que vivió con don Armindo. Es el caso de Alfonso Calvar, que estudió os dos años de bachiller en Balea. José María Vilas tuvo una trayectoria de mucho mérito. Al acabar el bachiller su padre le mandó a trabajar a Massó, pero siguió los estudios nocturnos de Delineación y consiguió acabarlos. Fue delineante toda su vida.

Libros que utilizaban en la escuela. / Santos Álvarez
En el caso de Nené Refojos, tras Balea se fue a la Academia de don Bernardino y estrenó el instituto Rodeira. Empezó trabajando en una gestoría y tras el Servicio Militar, entró a trabajar en el Concello de Cangas, en donde ha estado empleado 43 años hasta su jubilación. Aún recuerda con gracia cuando en Balea la hora de respiro era cuando llegaba el cura de Darbo para la clase de Religión. Era un día a la semana, pero se le esperaba siempre con ganas.
Andrés Jesús Rodríguez salió de la escuela y empezó a trabajar de albañil, pero realizó los estudios de Náutica, en la escuela de don Eduardo, en donde hoy está el centro social, en donde se volvió a encontrar a don Armindo; y después se fue al mar. Se jubiló como mecánico naval.
Hoy todos recuerdan aquellos años en la escuela de Balea con historias como para escribir un libro, mirando hacia sus manos cuando recibían los latigazos del profesor por fallar en las materias o incluso señalan a la boca, como Refojos, cuando en una bofetada don Armindo le arrancó un diente. Eran tiempos en los que los dientes volaban en las escuelas de niños como algo del día a día, impensable hoy en día y que sería motivo de una sanción al docente.
Aquel diente, recuerda Refojos lo perdió en su cargo de jefe de grupo, cuando en un análisis morfológico, un compañero se equivocó y él no le corrigió. Espera poder compartir experiencias en esa reunión con los 91 de la escuela de Balea.
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