Se les identifica como caballos salvajes porque nacen en el monte y se crían en libertad hasta que sus dueños –que los tienen, aunque no siempre se conocen o resulta fácil identificar– les dan un destino más lucrativo. Estos equinos generan importantes beneficios al medio ambiente, que, en general, contribuyen a conservar y enriquecer, incluso ayudan en la lucha contra los incendios desbrozando los terrenos forestales durante todo el año y ahorrando medios mecánicos. Pero también pueden causar riesgos al tráfico rodado o a los cultivos si abandonan su hábitat natural, como hicieron dos potras que pastaban la pasada madrugada por las márgenes del vial A Madalena-Herbello, en Darbo, hasta que fueron recluidas por vecinos y agentes de la Policía Local de Cangas en una finca privada mientras buscaban a los propietarios y estos se hicieron cargo de los animales.
“Ya padecemos los efectos de los jabalíes y ahora se suman los caballos del monte”, señalaban vecinos de la zona de Lagoíña, donde pacían ayer las dos potras de aspecto sano, bien nutridas y con la energía y el brío propios de su edad. No es habitual la presencia por esos lares de caballos mostrencos, que sí frecuentan los montes entre Marín y Moaña, donde alternan los beneficios al ecosistema tradicional con algunos sustos a conductores e incluso accidentes de tráfico, por lo que urge extremar la prudencia.
Los estudios científicos apuntan que en Galicia puede haber unas 10.000 bestas, como se conoce tradicionalmente a estos équidos en libertad–la mayoría, yeguas–, la mitad que hace 50 años, y su control no está exento de prácticas crueles como las trancas o pexas, de obligada erradicación.