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El crimen de 'El Pulpo'

La masacre en un hostal de Vilaboa que conmocionó a Galicia a principios de los 90, cuando la cocaína y la heroína se despachaba en habitaciones

Lugar de Ponteareas donde se encontró el cuerpo de Roberto

Hace años, leí un interesante artículo sobre los pulpos. En él, se hacía mención a un estudio llevado a cabo en veintitrés acuarios europeos, en el que se probaron hechos como la capacidad de estos animales para manipular objetos y su inteligencia, ciertamente desarrollada. Sin embargo, lo que más me asombró no fue descubrir todo eso, sino que los pulpos, no tienen ocho, sino dos patas.

Suena raro, lo sé. Todos creemos que son ocho las extremidades que surgen de la cabeza de estos cefalópodos, sin embargo, lo cierto es que seis de esos tentáculos son brazos con los que remueven el fondo marino, atrapan su alimento y manipulan objetos y los otros dos, son patas.

Son animales peculiares y dignos de admirar los pulpos. Por todo ello, en cierto modo, creo que, al protagonista de nuestra historia de hoy, le viene grande el apodo que le pusieron.

José Manuel Rodríguez Lamas, “El Pulpo”.

Años noventa en las Rías Baixas. Heroína. Tabaco de batea. Lokomía en Luar los viernes noche cantando en playback, Siniestro Total dándolo todo en su mejor momento y mucha, mucha fiesta. Fiesta de la buena en la ya agonizante Movida viguesa, y fiesta de la otra, de la negra. Crímenes, atracos, robos y violencia. Todo ello fomentado por el consumo de drogas. Una generación perdida. Otra lucrándose a su costa. Jóvenes arrastrados a un mundo de mierda por culpa de hogares desestructurados, o por el simple hecho de haber tenido las amistades incorrectas. En esas estaba José Manuel Rodríguez Lamas, “El Pulpo”, en aquella época.

El Pulpo, cuando fue detenido por la Guardia Civil.

Atracos a punta de navaja, hurtos, y demás delitos menores daban forma a un currículum completo… Un “quinqui” típico que no hacía sino entrar y salir de calabozos de cuarteles y comisarías de toda esta zona. Su padre, trabajador incansable, y consciente de que la vida de su hijo parecía ir cuesta abajo entre tanto delito y “caballo”, le puso un taxi con la intención de salvarlo.

Durante meses las cosas parecieron ir mejor. Encontró pareja, trabajó el taxi y dejó de ser un asiduo de los calabozos, no así de los juzgados, pues las causas de años pasados salían ahora para recordarle que todos, tarde o temprano, pagamos por nuestros actos.

El Pulpo parecía haberse medianamente enderezado. Estaba en tratamiento para su adicción a la heroína, sin embargo, seguía metiéndose coca, y utilizando el taxi para sus trapicheos y negocios ilegales. Esos negocios que rara vez terminan bien.

Con todas estas idas y venidas en su vida, llegó el 21 de enero de 1997. Miguel Bosé era número uno de los Cuarenta. ETA, mantenía en cautiverio a Cosme Delclaux y Ortega Lara. Bill Clinton juraba su segundo mandato en la Casa Blanca, y Capello dirigía al Real Madrid, líder de una liga en la que el verdadero protagonista, sería un tal Ronaldo Nazario de Lima.

Ese domingo de finales de enero, Lamas, estaba decidido a ajustar cuentas con un viejo socio. Un tal Roberto. Por medio, había una deuda de unas noventa mil “pelas”, y una afronta personal. Roberto le había faltado al respeto y jugado una mala pasada con el botín de un atraco. El “Pulpo” se quería vengar, y siendo como era, un tipo violento, armado con una pistola y un burdo pero eficiente silenciador, acudió a un punto de venta de drogas situado en el Hostal La Ría, de Vilaboa. En la habitación 21 de dicho hostal, una pareja se dedicaba al menudeo, y por ella, tarde o temprano, sabía que pasaría su viejo amigo Roberto.

Junto al Pulpo, Carlos Ramos, amigo y compañero de “negocios” que, llegado cierto momento, según cuentan las crónicas de la época, trató de disuadirlo para que cejara en su “vendetta”. Pero no lo consiguió.

La gente entraba y salía de la habitación sin parar. Muchos eran los que iban a pillarle a Suso y a Merchy. Eran años duros para los toxicómanos de la zona. Los “clientes” usaban la ventana de la habitación para entrar y salir. Algunos se colocaban allí mismo, otros se llevaban la droga a su casa. El Pulpo y su amigo, mientras tanto, aguardaban.

Fue tras varias horas vigilando el lugar, cuando por la mencionada ventana entraron Roberto Iglesias y su amigo José Manuel Pazos. La situación debió ser confusa, pues el Pulpo pegó un par de tiros y falló. Se produjo un forcejeo y una discusión y durante el transcurso de esta, el Pulpo cogió el arma y le descerrajó dos tiros a Roberto matándolo en el acto.

Una habitación de motel llena de droga. Un grupo de hasta cinco personas posiblemente colocadas de heroína, y un cadáver con un par de tiros en la cabeza. Ni Tarantino lo habría escrito mejor.

El Pulpo era el que tenía la pistola en la mano. Mandaba él y no quería comerse solo el marrón del homicidio. Por eso obligó a un par de los allí presentes a pegarle varias puñaladas al cadáver para así incriminarlos.

—Si no lo hacéis os mato. —les habría amenazado encañonándolos con su Astra.

Y ellos lo hicieron. Y otro que estaba en la habitación, un tal Marcial Magdalena, ayudó a envolver el cuerpo para trasladarlo lejos de allí sin dejar rastro.

Esa misma madrugada, con la cocaína corriendo por sus venas, y tras haberle dado durante horas vueltas a la cabeza, intranquilo por haber matado a tiros a su viejo amigo delante de tantos testigos, el Pulpo decidió que era mejor no dejar cabos sueltos. Volvió a colocar el silenciador a su arma, y con frialdad, comenzó a matar.

A Suso lo encontraron ejecutado sobre la cama, a Merchy junto a una puerta corredera y a otro joven, de nombre Eugenio, que estaba allí porque había ido a “pillar”, lo encontraron con un tiro en la cabeza. También recibió un disparo en el cráneo un tal Alberto. A este último, el Pulpo lo dio por muerto. Sin embargo, cosas de la vida, sobrevivió y llegó a ser testigo años más tarde en la Audiencia donde se juzgó el caso. Otro que salió indemne fue el tal Magdalena, que salió con vida de la situación tras esconderse en un armario. 

Tras llevar a cabo la masacre, el Pulpo cogió el dinero que pudo, la heroína que encontró y se marchó. Al día siguiente, dos clientes de los “camellos” se encontraron los cadáveres y al moribundo Alberto.

La Policía tardó varios días en localizarlo. Fue la madrugada del 4 de febrero cuando encontraron su vehículo en una callejuela de la zona viguesa de Cabral. Los agentes tomaron precauciones antes de la detención. Sabían que el Pulpo era un criminal peligroso, que recientemente había matado a tres personas a sangre fría, y posiblemente a otra más, y no tenía nada que perder. Sin duda, no se iba a entregar de modo voluntario. Y acertaron.

Al saberse rodeado, el Pulpo, haciendo honor a su mote, hizo gala de su excelente capacidad para manipular objetos, y con una pistola en cada mano inició un tiroteo.

—¡Matadme! —gritaba a cubierto tras su vehículo después de haber herido a un policía— ¡Matadme, ya! ¡Matadme!

Rodeado, y disparando a lo loco, terminó por quedarse sin munición. Los policías procedieron a detenerle sin poder darle lo que estaba pidiendo a gritos; un digno final a su carrera como criminal.

Manuel Rodríguez Lamas, en el juicio MIGUEL RIOPA

El 25 de mayo de 1999, José Manuel Rodríguez Lamas fue condenado a 125 años de cárcel por el triple crimen de Vilaboa. Cuando se reconstruyeron los hechos quedó claro que Lamas ejecutó a sangre fría a todos los que pudo en aquella habitación, pues la mayoría de los disparos habían sido realizados a corta distancia y a la cabeza. Sin embargo, la pregunta que más se repitió durante todo el proceso quedó sin contestar.

—¿Dónde está el cuerpo de Roberto Iglesias? —le inquirió en multitud de ocasiones el fiscal.

—Roberto Iglesias sigue vivo —respondía sonriendo el Pulpo. — Me lo ha dicho un compañero de celda —todos sabían que mentía, pero no había pruebas.

En A Lama cumplió su condena, y no fue hasta el año 2005 que no se decidió a revelar dónde había ocultado el cuerpo de su amigo. Gracias a su confesión, la policía localizaba al fin, casi ocho años después de su muerte, el cuerpo de Roberto Iglesias en un pozo abandonado cerca de Ponteareas.

En un par de años, gracias a la doctrina Parot, José Manuel Rodríguez Lamas cumplirá el tiempo máximo de condena. Veinticinco años. En 2024 será libre de nuevo. Tendrá cincuenta y tantos. Será joven para continuar con su vida, cosa que no podrán hacer ni Suso, ni Eugenio, ni Merchy, ni Roberto. Para ellos, todo terminó por culpa de estar en el lugar y momento equivocado.

Sin duda, uno de los crímenes más sangrientos ocurrido en la ría de Vigo en los últimos años. El crimen del Pulpo. 

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