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El COVID-19, un inesperado aliado para los bateeiros de Bueu

Bateeiros de Bueu trabajando esta semana en la descarga de mejillón en el puerto. | // SANTOS ÁLVAREZ

La toxina tiene en este arranque de 2021 un comportamiento un tanto errático, propiciando un vaivén de cierres y aperturas en los polígonos mejilloneros de Bueu, que son los primeros en sufrir sus consecuencias y los últimos en desprenderse de sus efectos. Ahora mismo la totalidad de las bateas del litoral bueués están abiertas, pero la inmensa mayoría de la producción ya está vendida y el trabajo se centra en preparar la siguiente cosecha y en tener disponible producto para el verano. Responsables del sector reconocen abiertamente que, pese a que 2020 acabó con más de 300 días de cierre y a que no se pudo trabajar en navidades, el balance global con el inicio de este 2021 es poco menos que espectacular. “Así como nos lamentamos, con razón, cuando vienen años malos en esta ocasión hay que reconocer que ha sido algo fuera de serie. No podemos quejarnos porque vamos a tener pocos ejercicios como el 2020-21”, afirman de manera sincera y contundente algunas de las voces autorizadas del sector. Y curiosamente el COVID-19 ha sido una especie de impulso.

El sector mejillonero de Bueu está acostumbrado a las tormentas perfectas, en las que todos los elementos y variables se unen para poner en jaque a unos productores que año sí y año también se enfrentan a cierres que oscilan entre las 250 y las 300 jornadas anuales. Pero esta vez ha sido distinto: un mejillón de gran calidad, con mucha carne, sin que el mar provocase desprendimientos y con un inesperado aliado. El COVID-19 y el confinamiento provocaron un aumento en las ventas de conservas, tanto en el mercado nacional como internacional.

Las fábricas agotaron existencias y desde hace tiempo compran todo el producto disponible para reabastecerse. Incluso desde Chile, que es uno de los principales competidores de los bateeiros gallegos, llegaron pedidos de mejillón de Galicia.

Maniobra para cargar palés de mejillón en un camión en el puerto de Bueu. Santos Álvarez

Así que cuando el 5 de enero las bateas de Bueu pudieron por fin abrir la demanda fue sencillamente brutal. “Estamos hablando de que cada día pasaban por aquí una veintena de camiones de entre 20 y 25 toneladas, de lunes a domingo y sin parar ningún día, ni siquiera festivos. Hubo jornadas en las que se descargaron hasta un millón de kilos y eso es una barbaridad”, ejemplifican algunos de los más veteranos.

Las ventas de enero y febrero compensan lo que se dejó de vender el año pasado y suponen un buen colchón para este ejercicio, en el que se espera nuevamente un producto de gran calidad. “En las décadas que llevo en el sector no recuerdo otro año como este”, insisten desde el muelle de Bueu. Eso sí, subrayan para que no quede ningún tipo de dudas que “queremos trabajar, pero no que sea por una desgracia global como esta maldita pandemia”.

El mejillón de Bueu y de Aldán tiene entre sus características más apreciadas con respecto al de otras rías su gran tamaño. Pero para que la demanda y la salida de producto fuese tan intensa también concurrieron otros factores. Uno de ellos es que en el resto de zonas, que estuvieron mucho más tiempo abiertas, ya habían prácticamente agotado su producción.

Así que cuando Bueu y Aldán abrieron la demanda se concentró en estos puertos. “Es verdad que no se pudo vender para fresco tanto como en otras ocasiones por el cierre de la hostelería, pero se vendió muy bien para industria y a buen precio”, afirman. La demanda de las conserveras tuvo como efecto colateral un tirón en el precio del bivalvo en fresco.

Maniobra a bordo de un bateeiro para descargar mejillón en el puerto. Santos Álvarez

En este momento las descargas en el puerto de Bueu continúan, pero a un ritmo y volumen mucho menor. “Casi el 99%” de la producción está en el mercado y algunos productores aprovechan para comercializar mejillón que a lo mejor en otra situación mantendrían en las cuerdas hasta el verano. “Está claro que preferimos estar abiertos y trabajar, pero si esta apertura significa que no se va a abrir en el verano entonces sí que nos hace mucho daño”, advierten. En los últimos años la toxina ha ofrecido cierta tregua durante los meses estivales, permitiendo trabajar al menos entre mediados de julio y finales de agosto. Unas semanas clave para poder facturar y para poder liberar espacio en las bateas.

Hasta entonces el trabajo de esta primavera se concentrará en la recogida de cría, desdoble y mantenimiento de una cosecha que tiene todos los visos de ser nuevamente histórica.

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