Finca de Luciano Lorenzo atacada por los jabalíes. | // SANTOS ÁLVAREZ

Los jabalíes siembran el pánico en Viñó y Donón. Destrozan fincas donde madura el trigo y donde las viñas descansan después del fruto cosechado en septiembre. Los vecinos afirman que la presencia de jabalíes en la zona es mucho mayor que otros años y no descartan que el confinamiento de la primavera tenga mucho que ver en el aumento de población de estos animales salvajes que tienen tomada prácticamente toda la parroquia canguesa de O Hío.

Según comenta uno de los afectados, Luciano Lorenzo, vecino de Viñó, esta semana hubo hasta cuatro ataques en su finca, que acababa de limpiar. Resulta a uno por día. Afirma que no sabe lo que buscan, porque está sin plantar, pero la dejaron toda escarbada, llena de socavones. “No sé lo que buscan, si son topos o determinadas hierbas, lo que sí es que pasan todos las noches por aquí a deshacerla. Yo ya estoy cansado”. Comenta este vecino que los jabalíes tienen una senda que desde los montes de Donón llega a Viñó y después a las fincas donde están los viñedos. Insiste en que el estropicio es total y que la impotencia ante los ataques del jabalí es absoluta. Comenta que hace quince días mataron dos ejemplares e hirieron a otro en una cacería. Sostiene que las batidas forman parte de un largo proceso burocrático ante Medio Ambiente, que cuando se conceden pasan meses y, mientras tanto, las fincas continúan siendo destrozadas por estos animales. “Este año los ataques son más frecuentes que en años anteriores. De día, a los jabalíes, se les puede ver por las carreteras de la parroquia. Son machos que transitan solos, mientras de noche es la piara de jabalíes, con la hembra al frente, la que se adentra en las fincas”, manifiesta Luciano Lorenzo. Es la sociedad de Caza de Cangas la que tiene que realizar las batidas, siempre con autorización de Medio Ambiente.

De momento, no se dieron a conocer casos de jabalíes llegando a las puertas de las casas, como sucedió hace unos cuantos años. Incluso llegaba a la zona de Balea, en Cangas, donde se alimentaban de los restos de comida que había en los contenedores.