José Otero Baena "Pepé" será al fin profeta en su tierra de Bueu. Para muchos fue el último alcalde del franquismo y el que dirigió la corporación hasta el ansiado regreso del orden democrático. Pero su paso por la política fue casi un accidente, una especie de lapsus en una vida dedicada a su familia y al arte. Porque Otero Baena era artista por vocación. Llegó a recibir una beca de la Diputación de Pontevedra para ir a estudiar a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, pero las obligaciones laborales le obligaron a regresar casi de inmediato. La reivindicación de esa faceta artística fue uno de los objetivos de su familia, aunque siempre se toparon con el mismo obstáculo: el propio Otero Baena. "Era muy humilde y tenía mucho pudor a pesar del don que tenía para la pintura. Cuando queríamos organizar algo me decía: 'Siempre estás liando'", explica su hija Marta, que trabaja en el Museo de Pontevedra y que mañana será una de las participantes en la conferencia sobre su figura (20.30 horas en el Centro Social do Mar).

En Bueu era conocido por su breve paso por la política y por su trabajo en la caja de ahorros, pero en los círculos artísticos del resto de la comunidad Pepé Otero Baena estaba el mejor espatulista del arte gallego. "Siempre buscaba el efecto de la luz y el color. Esa explosión cromática que él quería solo la lograba con la espátula y la única soberbia que se permitió, entre comillas, era que después de tantos años decía que había llegado a desarrollar una buena técnica con la espátula", cuenta Marta. Esa búsqueda del color y de luz lo acercan al impresionismo, pero es imposible encuadrar su arte en un estilo concreto. "Le encantaba pintar paisajes, sobre todo marineros porque el mar era otra de sus pasiones. Lo que no le gustaban eran los retratos porque no le permitían un trabajo tan personal como a él le gustaría", añade su hija. De hecho, una vez el dueño de una importante cadena hotelera le propuso decorar sus establecimientos con sus pinturas. Una oferta que Otero Baena declinó con su habitual amabilidad y humildad. "Le vendió dos cuadros, pero le explicó que él no pintaba por encargo y rechazó la oferta", cuenta Marta Otero. Uno de los artistas que le marcó fue Urbano Lugrís, al que conoció cuando este se encargaba de la decoración de los comedores de la fábrica de Massó. Un tema sobre el que hablará la directora del Museo Massó, Covadonga López.

Es difícil rastrear la vocación artística de José Otero Baena porque en su familia no había ningún antecendente artístico. "Él siempre decía que era algo que había nacido con él, siempre quería pintar. Cuando tuvo la oportunidad de ir becado a Madrid y luego tuvo que regresar al principio le supuso un disgusto, pero siempre le buscaba el lado positivo a las cosas. Decía: 'Si me llego a quedar en Madrid acabaría pintando como todos, no me sentiría libre para hacer lo que hago ahora'", rememora su hija.

El paso por la política supone un antes y un después en su trayectoria pictórica. Primero como concejal y luego, obligado por el Gobierno Civil, como alcalde en sustitución de José María Massó. "La época anterior a ese paso por la política fue muy activa y con exposiciones, pero los ocho años en la Alcaldía fueron su etapa más dura a nivel personal: no pintó nada durante todo ese periodo, no tenía tiempo", recuerda Marta, al tiempo que evoca la gente que esperaba a Otero Baena en su propia casa para hablar con él. Cuando dejó el Concello y se jubiló en la caja de ahorros vive una especie de segunda juventud. "Vuelve a la pintura, para estar tranquilo y evadirse. Hace pocas exposiciones y las que hace es porque le obligamos los hijos", cuentan desde la familia.

A lo largo de su vida Otero Baena realizó alrededor de una treintena de exposiciones, en las que vendió casi todos los cuadros. Eso hace ahora muy difícil recopilar su obra para catalogarla y crear una web, un proyecto en el que su hija Marta lleva trabajando desde hace tiempo. Una de las exposiciones sin duda más especiales fue en Bueu, cuando tuvo la oportunidad de inaugurar oficialmente la sala Amalia Domínguez Búa.

A la hora de estudiar la figura de su padre Marta Otero tuvo que hacer un importante esfuerzo para intentar desligarse del componente emocional y encontrar un discurso objetivo, sobre todo en su paso por la política. "Hablé con algunos de sus sucesores, para saber si tenían la misma percepción que teníamos de él en la familia; consulté los archivos y actas del Concello... Incluso en aquellos asuntos polémicos o leyendas negras pude reconocer su honestidad. Siempre intentó mediar y poner el bien común por encima de intereses particulares", explica.

El acto de mañana en el Centro Social do Mar y la decisión de que las alfombras del Corpus que cubran este año la calle Eduardo Vincenti, donde vivió Otero Baena, reflejen algunos de sus cuadros son una manera de reivindicar su faceta como artista en su propia tierra y brindarle el reconocimiento que merece. Uno de los proyectos en los que trabaja la familia es conseguir que la Diputación, con la mediación del Concello, edite un catálogo con su obra y que se le dedique una exposición antológica en el Museo de Pontevedra.