La salazón que todavía se levanta al lado de la playa de Mourisca es probablemente uno de los mejores ejemplos de lo que significó esta industria para Bueu y la comarca de O Morrazo. A la espera de que algún día las administraciones públicas autoricen el proyecto para su rehabilitación, el Museo Massó acaba de incorporar a sus fondos una maqueta que recrea fielmente como era este lugar cuando aún estaba en activo. La recreación fue posible gracias a los datos, imágenes y planos y alzados aportados por sus actuales propietarios, Sociedad Fresalima, y por Arturo Sánchez Cidrás y Manuel Aldao. Con todo ese material Guillermo Rodríguez, de Tragamasa, acaba de entregar una reproducción que formará parte de la colección permanente del Museo Massó. "Servirá para enlazar las dos épocas de esplendor de la salazón en Bueu: la de la época romana, representada con los restos hallados en Pescadoira, y la de los fomentadores catalanes", explica la directora del museo, Covadonga López de Prado.

La maqueta reproduce la imagen exterior del edificio y de manera precisa la distribución interior. En primer lugar el claro o patio, un espacio a partir del cual se distribuye el resto. A un lado está la "chanca", dos hileras de pilos en los que se dejaba la sardina a la salmuera, y al fondo el pozo con agua para lavarlas y limpiarlas luego. En el otro lado están los tabales, una especie de pequeños barriles de madera, en los que con ayuda de unos grandes pesos de piedra se prensaba de manera uniforme el pescado. De esta manera se le sacaba a la sardina toda la grasa y las vísceras, que era lo que podía provocar que pudriese y se descompusiese antes de tiempo. Este sistema significó en su día una gran evolución ya que permitió afrontar una producción industrial y exportar a otros mercados la producción.

La salazón de Mourisca data de mediados del siglo XIX y sus primeros propietarios fueron el matrimonio formado por Rosa María Avalle y el catalán Ramón Plá. Durante las siguientes décadas tuvo más propietarios, como la familia Rocafort y los Gallup. Los últimos fueron los Massó, que mantuvieron operativa la fábrica hasta la década de 1940. Las instalaciones contaban incluso con una pequeña vivienda, en la que residía el encargado de la salazón y su familia.

El grado de minuciosidad de Guillermo Rodríguez llega a reflejar con toda exactitud las partes y los elementos que componían una antigua salazón, lo que incluye también a las propias sardinas. Con la incorporación de esta nueva pieza el Museo Massó devolverá próximamente al Museo do Pobo Galego la reproducción de una maqueta ideal de una salazón e incorporará a su colección permanente la de Mourisca, la mejor ventana para conocer cómo fue esta industria clave en el desarrollo de Bueu.