"El conflicto más grande que tengo ahora está entre la mente y el físico. Tengo en mi cabeza muchas cosas y quiero hacerlas, pero no tengo fuerzas. Mente y físico no consiguen ir a la par". Con esta reflexión comienza José Solla su charla con FARO nada más conocer que el Concello de Bueu le distinguirá poniendo su nombre al paseo de Agrelo-Portomaior, un paisaje del que no pierde vista desde el pequeño estudio que tiene en su apartamento de Bueu. "Este lugar es una fuente de tranquilidad e inspiración. En mi pintura lo invento todo, pero necesito una fuente: la paz, la libertad, la gente que pasa, el silencio. Si estuviese en un medio hostil no podría hacerlo. Bueu es el lugar ideal", insiste.

José Solla nació en 1927 en Castro, una pequeña aldea de Marín que en aquel entonces pertenecía a la parroquia de Santo Tomé de Piñeiro. En 1950 emigró a Argentina, primero al interior y luego a Mar del Plata, donde tenía junto a otro socio una empresa de comercio de pescado. "Fuimos los primeros en hacer filés de merluza", recuerda. La pintura estuvo en su interior desde siempre. "Cuando estaba aquí no podía estudiar pero pintaba. Pintaba como podía, sin ir a la escuela y sin pensar que un día podía vivir de la pintura", cuenta desde Agrelo. Cuando llegó a Argentina primero residió en Córdoba, luego se trasladó a la costa atlántica "porque me faltaba el mar" y allí decidió matricularse en una escuela de artes visuales. "Trabajaba en la empresa y a las clases iba de noche. Me sentí bien enseguida y eso me hizo integrarme más fácil en la ciudad", cuenta Solla, sin perder el acento argentino.

Con aquellos compañeros comenzó a pintar en un taller cedido por la Logia Masónica de Mar del Plata y fueron aquellos mismos amigos los que en una ocasión enviaron una de sus obras a un concurso provincial sin decirle nada. "Gané un premio y seguí pintando, de a poco a poco ", dice sin perder jamás la humildad. Eso no significó un cambio radical en su forma de trabajar. "Si uno necesita vender cuadros para comer, la pintura lo sufre. Yo fui armonizando una cosa con la otra, sin necesidad de tener que vender", explica. Fue a partir de la década de 1960 cuando empezó a comercializar más sus pinturas, aunque tardó algo más en dejar su trabajo para centrarse en el arte. "No lo hice hasta 1975 y tras consultarlo con mi familia y mis amigos. Es algo de lo que no me arrepiento", afirma.

Ese paso le permitió disponer de más tiempo y tranquilidad, "pero el crecimiento es muy lento". "Cuando trabajaba soñaba con poder dormir un día entero y tener un gran lugar para pintar. Dormí todos los días que pude, pero no empecé a pintar mejor: un día bien y otros no. Pintaba como un poseído", recuerda ahora echando la vista atrás. También reflexiona sobre la pintura y su método de trabajo. "En Buenos Aires tengo telas en blanco que están esperando a que las pinte. Llevó años sin encararlas, pero sé que las voy a vencer. Por ahora es como si estuviéramos hablando, estableciendo un diálogo", dice. A sus 84 años no piensa dejar de pintar porque en caso contrario "no sé que haría". Dicen que Picasso en cierta ocasión aseguró que no volvería a pintar, algo que a Solla no se le pasa por la cabeza. "Nunca lo pensé. No renuncio porque para mí es como comer, dormir o respirar", argumenta.

Cuando José Solla se marchó en 1950 a Argentina tardó seis años en regresar a Galicia. Jamás hubo de nuevo un lapso tan largo en las visitas a sus orígenes. "Vengo todos los años, a veces incluso vine dos o tres veces en el mismo", cuenta el artista. Durante mucho tiempo tuvo un "departamenteo alquilado" en Aguete, pero fue hace más de una década cuando compró una residencia en Bueu, una localidad por la que siente un apego especial. La huella buenense está presente en su obra, como en la serie de los maízales de Agrelo. "Uno cuando pinta o escribe exagera las cosas, es una exaltación de lo que ha visto: las fiestas, la procesiones, la leyenda...", expone. Y explica el porqué su pintura puede considerarse diferente y personal. "Pintar las leyendas de Galicia me permite retrotraerme al pasado. Soy un pintor contemporáneao porque vivo aquí y ahora, pero siempre voy al pasado. Mis figuras son figuras de otra época", razona.

Su larga trayectoria le ha permitido recorrer medio planeta, exponer en las principales ciudades del mundo y recibir numerosos premios. Entre los más importantes están su distinción en 1998 como "El Español del Año", concedido por la Unión de Entidades Españolas en el Día de la Hispanidad, o su declaración como "Ciudadano Ilustre de Mar del Plata", otorgado por el Honorable Concejo Deliberante de Gral. Pueyrredón. "Soy el único español que cuenta con esa distinción y estoy muy contento. Pero esto del paseo es otra cosa, me parece que es más permanente. Lo otro salió y luego se olvida, mientras que con el nombramiento del paseo después de muchos años la gente pensará 'este debió ser un buen pintor o una buena persona", dice.

Ese recorrido por Agrelo-Portomaior es un particular "milla olímpica", un trayecto que le sirve para pensar, reflexionar y que "Dios quiera que pueda disfrutarlo muchos años". Cuando dentro de unos días se celebre el acto de homenaje y se coloque la correspondiente placa será un momento emotivo. "Creo que tomaré fotos y fanfarronearé un poco por allá", concluye.