La antigua salazón de Mourisca es probablemente el último vestigio que queda en pie en Bueu de un pasado unido a la industria del salado y conserva del pescado. Sus muros aguantan en pie con muy pocos daños y en su gran patio interior están casi intactos los “machos”, las grandes piedras que se utilizábana modo de prensa. También están las “pías”, los pilones en los que se desalaba el pescado. Por eso no resulta extraño que cuando Alicia Freire y Mauricio Sanchez-Bella, una pareja de arquitectos residente en Madrid, la conocieron se quedaran prendados. “Cuando la vimos nos pareció una auténtica maravilla, un sitio increíble y probablemente una de las últimas joyitas que queda en la Ría de Pontevedra”, cuentan. Por eso no se lo pensaron mucho y ya que estaba en venta decidieron comprarla.

Esa apuesta abre a esta antigua fábrica una nueva esperanza de futuro distinta al olvido, abandono o la ruina que acabó por hacer desaparecer una buena parte de este patrimonio de Bueu. “Lo que queremos es reconstruirla y restaurarla para dejarla tal como estaba antes; es un sitio realmente especial. Comprendemos que pueda parecer raro porque no hay nada extraño detrás ni queremos sacar beneficios”, apuntan Freire y Sánchez-Bella. En un primer momento, se barajó vincular su recuperación con un uso de turismo rural a pequeña escala, pero que se descartó de inmediato por las trabas administrativas.

Sin embargo, hay numerosas alternativas para mantener vivo ese espacio. “Se puede utilizar para cursos, conferencias, exposiciones e incluso convertirlo en una especie de centro náutico relacionado con la navegación tradicional”, explican los propietarios. Pero ahora, en lo que pone mayor énfasis es en la recuperación, cuyos permisos se están demorando más de lo que se preveía. “Presentamos nuestra idea al Concello de Bueu y la acogieron muy bien, les gustó mucho. Pero hay que reconocer que el expediente estuvo casi un año en el ayuntamiento y se retrasó una barbaridad”, lamentan. En las últimas semanas, el proyecto fue por fin aprobado por la Xunta Local de Goberno y remitido a la Xunta de Galicia. Ahora deberán dar su autorización la Dirección Xeral de Patrimonio, la Consellería de Medio Ambiente, la Axencia de Protección da Legalidade Urbanística e incluso de Costas del Estado.

El principal temor de los promotores es la lentitud de los trámites. “Pensamos que en el ayuntamiento estaría tres meses y al final estuvo un año. Lo único que pedimos es que nos dejen reconstruirla y restaurarla, no vamos a añadir nada. Se trata de aprovechar la estructura original, no de modificarla”, insisten Alicia Freire y Mauricio Sánchez-Bella. En ese proceso cuentan incluso con la colaboración técnicos y constructores del municipio, como el estudio de arquitectura A2M (que diseñó la cercana aula de la naturaleza de Cabo Udra) y Construcciones Antón.

Patrimonio catalogado

Todos coinciden en la necesidad de recuperar un patrimonio de gran valor social e histórico, que incluso se encuentra catalogado en el Plan Especial de Cabo Udra y por la Xunta de Galicia. Una catalogación que lo que busca es precisamente la restauración de la salazón. El inmueble tiene una superficie de unos 800 metros cuadrados y sus muros se encuentran en un aceptable estado de conservación, al igual que el suelo de piedra, los machos y las veintidós “pías”. Éstas últimas fueron rellenadas con tierra, pero su limpieza no parece complicada. También hay un lavadero, un pozo y una pequeña vivienda anexa, que era utilizada por los vigilantes.

La parte que se encuentra en peor estado es la cubierta, que debe ser reconstruida casi por completo y para la que se quiere utilizar teja vieja del país (se necesitan decenas de miles). En el suelo de piedra todavía se pueden observar las canalizaciones excavadas para que la grasa del pescado se evacuase hasta el mar. Esa superficie se vio dañada por los árboles que crecieron en el interior del patio, cuyas raíces levantaron las losas de piedra.

Los nuevos propietarios compraron la salazón en 2008 y una de las primera tareas que tuvieron que afrontar fue precisamente la limpieza interior: se llenaron numerosos contenedores con residuos, escombros y se talaron los eucaliptos del interior, de los que aún resta por sacar los troncos del suelo.

La recuperación de esta salazón requerirá una fuerte inversión económica, superior a los 300.000 euros. Los promotores de la actuación explican que después de construir una casa en la parroquia de Cela, donde suelen pasar sus vacaciones, decidieron realizar una obra a mayores. “Queríamos hacer algo especial y cuando nos enseñaron el edificio nos quedamos encantados. Además coincidió que su entonces propietario también la quería vender [últimamente se utilizaba como chiringuito de playa]”, cuentan.

La fábrica fue construida a mediados del siglo XIX en unos terrenos propiedad de la Iglesia, pero que tras la desamortización de Mendizábal fueron comprados por el matrimonio formado Rosa María Avalle y el catalán Pedro Plá, que ya poseían otra salazón en Beluso. Más adelante, la alquilaron los Rocafort (de Marín) y los Gallup (ya instalados en Bueu). Finalmente fue comprada por Massó, que la mantuvo operativa hasta la década de 1940, cuando la industria de la conserva hizo desaparecer la de la salazón.