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El Día de Difuntos que pasó a Samaín

Los antropólogos reivindican el origen celta de la fiesta y los colectivos vecinales de Vigo apuestan por recuperar la tradición

Vecinos del Casco Vello celebrando la fiesta de los muertos en O Berbés el año pasado. // Marta G. Brea

La cultura celta influenció a los pueblos gallegos que decoraban calabazas y pedían dulces por las puertas mucho antes de la llegada del Halloween norteamericano. La irrupción de la fiesta anglosajona provocó que afloraran y se dieran a conocer las raíces del Día de Difuntos en Galicia, en el olvido por mucho tiempo. El Samaín no es cosa de meigas sino de almas en pena, espíritus que visitan los hogares de sus familiares vivos en busca de calor y alimento.

El término que da nombre a esta celebración procede del Samhain gaélico, que significa "fin del verano". Con la entrada del invierno festejaban el fin de la temporada de las cosechas y decoraban las calabazas, propias en esa época del año. La tradición gallega se inspiró en el Samaín celta mezclado con rasgos propios de la religión católica, lo que derivó en el Día de Difuntos del que hay datos documentados desde el siglo XVI. "Hay polémica con el nombre cuando el Samaín es una fiesta Celta de la Edad de Hierro en la que influyeron 1.700 años de cristianismo y eso no se puede negar", comenta el antropólogo y vicepresidente de la Asociación Galega de Antropoloxía Social e Cultural, Rafael Quintía.

La vida y la muerte se daban la mano en esta noche mágica en la que los habitantes de Galicia honraban a sus familiares ya fallecidos. Las puertas del más allá se abrían para que las almas convivieran por unas horas con los vivos. "Dejar el fuego encendido, un plato con comida en la puerta de casa, la mesa puesta o un camino de velas para guiar a los espíritus era lo que se hacía, no había lugar para monstruos ni vampiros como los que se ven ahora por las calles", explica Rafael Quintía.

Las ánimas del purgatorio que componen la Santa Compaña son las que protagonizan todas las leyendas gallegas de la noche del 31 de octubre. "La procesión de los aparecidos es el personaje que más puede evocarnos al Samaín gallego", indica el etnógrafo de la Sociedade Antropolóxica Galega, Anxo Rosales.

La Asociación Veciñal e Cultural Casco Vello de Vigo representa, desde hace diez años, esta marcha nocturna de los espíritus. "Nos caracterizamos tal y como nosotros entendemos que las almas en pena caminaban por los montes y calles de las villas", señala el portavoz de la asociación, Fiz Axeitos. Desde el colectivo quieren reivindicar el carácter tradicional de esta fiesta centenaria e inculcar a los más pequeños que el Samaín es gallego. "Hacemos talleres de 'calacús' con los niños, algo que yo ya hacía con mi familia cuando era pequeño. Muchos se los llevan para casa y los ponen en las ventanas, un hecho que favorece a la transmisión de esta celebración celta", apunta Axeitos.

Las bromas y los sustos tampoco fueron importados de Halloween. "La decoración de calabazas se usaba para asustar o burlarse de los vecinos, además de para espantar a los malos espíritus", asegura Quintía. Así, el Truco o Trato tampoco es un invento americano. "Hay datos registrados de que andaban bandas de jóvenes pidiendo por las casas durante esta noche para que les dieran un bollo de pan o unos dulces, algo que también se hacía en el norte de Portugal", afirma Rosales.

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