Conflicto en Oriente Próximo
El drama de los refugiados sirios en Líbano: "Escapamos de una guerra para aterrizar en otra"
La mayoría de los refugios habilitados por el Gobierno libanés no permiten la entrada a sirios, obligados a dormir a la intemperie después de ser discriminados más de una década en su país de acogida
Jaylan Sedki Omar despliega su arsenal de documentos sobre la hierba. Tiene cada uno de ellos protegido con unos sobres de plástico que permiten leer su contenido, pero que impiden que el rocío de la mañana los estropee. Uno está escrito en árabe, otro en inglés y el más importante, el excepcional, el que muchos anhelan, en castellano. "España ya nos ha dado la aprobación para acogernos como refugiados; entonces, ¿qué hacemos aquí?", se pregunta esta siria de Afrin, en la frontera con Turquía, mientras un puñado de criaturas revolotean a su alrededor y expone el documento que así lo acredita.
Aquí es un lugar en el que nadie debería estar. Un sitio al que nadie más va. Aquí es una simple rotonda en medio de la ciudad de Sidón, a apenas 40 kilómetros de Beirut, donde un centenar de refugiados sirios que han escapado de los bombardeos del sur intentan sobrevivir.
Cada pocos minutos, una mano desconocida alarga un plato de comida a Jaylan. Ella los rechaza sin apetito bajo el sol. Con su mano derecha, intenta conseguir un poco de privacidad sujetando la manta que ha colocado entre dos árboles. Bajo este pedazo de tela, su familia de cinco lleva tres días y tres noches durmiendo a la intemperie.
Escapar "con lo puesto"
"Mi marido trabajaba en Nabatiye [una de las principales ciudades del sur del Líbano], alquilábamos una casa allí y todo iba bien”, explica esta refugiada siria a EL PERIÓDICO, que lleva en el Líbano desde el 2014, cuando otra guerra la expulsó de su hogar y la alejó a 370 kilómetros de su tierra natal.
"Pero empezaron los bombardeos, nuestra casa fue atacada y nos fuimos corriendo”, rememora Jaylan sobre el pasado lunes, el día más letal en la historia reciente del Líbano cuando el Ejército israelí intensificó los ataques sobre el sur del Líbano, el valle de la Becá y Baalbek.
“Logramos escapar con lo puesto; todo nuestro dinero, todos nuestros ahorros están bajo los escombros de nuestra casa”, lamenta, aferrándose con fuerza al bolso que contiene los documentos de Naciones Unidas y el ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones español que acreditan que ella no debería estar aquí. "Nos mandaron a las escuelas donde se están refugiando los libaneses, pero nos dijeron que nosotros no éramos bienvenidos y terminamos aquí", cuenta.
"Vivir en la acera es miserable; hace tres días que no nos duchamos, ni las cafeterías de alrededor nos dejan ir al baño", describe. El canto a la oración del muecín le recuerda la vergüenza del día anterior. "Tuve que ir a la mezquita y obligar a los niños a bañarse como pude, están vomitando, tienen diarrea y no hay ni un baño alrededor", dice, mientras su hija mayor mantiene la mirada perdida.
Pobres y sin apoyo
Nadie realmente esperaba que, tras 11 meses de enfrentamientos transfronterizos con Hizbulá, Israel iba a traer la guerra al Líbano. En menos de cinco días, 742 personas han perdido la vida alrededor del país. Sólo el jueves fueron casi un centenar. Lo que sí era predecible es que, en cuanto eso ocurriera, nadie cuidaría a los sirios.
Suponen alrededor de un millón y medio de la población del Líbano que se estima en 5,3 millones. Aunque la cifra genera cierto debate, el país de los cedros es, evidentemente, el Estado con más refugiados por cápita de todo el mundo. La grave crisis económica que sufre ha impactado de lleno a una población deplorablemente vulnerable. En el 2022, la tasa de pobreza entre los libaneses era del 33%, pero el 87% para los sirios.
Al terrible panorama vital, se le suma un racismo y una discriminación creciente entre la población. Usados como chivo expiatorio para todos los problemas del Líbano, han sufrido la violencia en su propia piel, a medida que crecen las acciones gubernamentales para deportarlos de vuelta a la inseguridad de Siria.
Un centenar de sirios asesinados
Pero las bombas israelíes no discriminan. Este jueves, al menos 23 personas, entre las cuales había 19 ciudadanos sirios, murieron en uno de los bombardeos israelíes más letales de los últimos días en la aldea de Yunine en el valle de la Becá, precisamente a pocos kilómetros de su Siria natal. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, con sede en Gran Bretaña, confirmó ese mismo día que al menos 103 sirios han sido asesinados en el Líbano desde el comienzo de la última escalada.
"Escapamos de una guerra para aterrizar en otra", lamenta Tagrid Sayad al Ali, oriunda de la ciudad siria de Hama. Con un deje de hartazgo en su voz, rememora su segunda huída para salvar la vida. “Estábamos en casa y los cohetes empezaron a caer a nuestro alrededor, cogí a mis hijos y corrí, sin dinero, sin ropa, sin nada”, explica a este diario. Su marido sonríe resignado con una boca sin dientes. Una de sus hijas no para de toser. La sacude una tos ronca y profunda.
"Claro que los niños enferman, si dormimos al raso", denuncia. "Yo los abrazo fuerte durante la noche, no porque tenga miedo, sino porque es lo único que puedo hacer", reconoce Tagrid, mientras se recoloca el pañuelo y dice que no con la mano al enésimo plato de comida que le ofrecen. Eso, y botellas de agua cada dos por tres, es lo único que les ofrecen.
Huyendo a Siria
Durante la última semana, la desesperación ha llevado a al menos 22.000 personas a cruzar la frontera hacia Siria a través de los dos cruces entre ambos países, según anunciaban este jueves las fuentes de seguridad siria. "Más de 6.000 libaneses y alrededor de 15.000 sirios" han entrado por el cruce fronterizo principal de Jdeidet Yabus, conocido en el lado libanés como el cruce de Masnaa, según dijo una fuente de seguridad anónima a Associated France Press mientras que una segunda fuente de seguridad informó que "alrededor de 1.000 libaneses y unos 500 sirios han pasado" por un segundo cruce. El mismo jueves Israel bombardeó cuatro pasos fronterizos y un puente que conecta el Líbano con Siria, condenando a dos poblaciones a vivir bajo las bombas en este lado de la frontera.
A Tagrid se le escapa una risa irónica cuando se le pregunta si ella se uniría a estas caravanas de vuelta a casa. "A Siria, ¿a hacer qué?", reprocha. "Si allí no hay absolutamente nada: no podemos trabajar ni dar de comer a nuestros hijos", reconoce con amargura. "Aquí, por lo menos, de vez en cuando, sale alguna cosa", añade. Mientras, su pequeña -que nunca ha conocido Siria, y que su madre se asegurará de que, mientras continúe así, no la llegue a conocer- sigue tosiendo.
A su alrededor, hay platos de comida sin acabar, y un fino colchón sin sábanas. La ubicación de los árboles les ha permitido encontrar un lugar más escondido gracias a varias mantas. Por un momento, dejan de ver a las otras familias con las que comparten hierba. Los coches libaneses no paran de circular alrededor de este centenar de personas condenadas por su nacionalidad a protegerse de las bombas desde un pedazo mullido de tierra.
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