Francia

Macron y la calle: la brecha se ensancha

El segundo mandato del presidente francés ha quedado seriamente tocado por la convulsión social y la crisis institucional que ha provocado la reforma de las pensiones

Protestas en parís contra la reforma de las pensiones, el pasado 28 de marzo.

Protestas en parís contra la reforma de las pensiones, el pasado 28 de marzo. / Reuters

Enric Bonet

Los cien días, los 'cent-jours', eran hasta ahora en Francia el período comprendido entre el 20 de marzo de 1815, cuando Napoleón regresó a París desde su exilio en Elba hasta el 1 de julio de ese mismo año, cuando se restauró a Luis XVIII, tras su derrota definitiva en la batalla de Waterloo. Pero desde el pasado 17 de abril son también el tiempo que se ha dado el presidente Emmanuel Macron para apaciguar el país y relanzar su segundo mandato, que al cumplir su primer año está seriamente tocado por la convulsión social y la crisis institucional que ha provocado la reforma de las pensiones, que eleva la edad de jubilación de los 62 a los 64 años.  

El tiempo que queda hasta la fecha señalada, el 14 de julio, día de la fiesta nacional, ha empezado a correr. También el Gobierno, que, en un primer intento de calmar las aguas, ha sacado de la agenda su prometida reforma migratoria, al no contar con mayoría en la Asamblea. Pero la brecha es muy grande entre los franceses y un presidente con fama de endiosado y soberbio que no ha hecho el mínimo ejercicio de autocrítica tras decidir sacar adelante su reforma contra todo y contra todos, sin escuchar a la calle, sin la mínima concertación social y de espaldas al Parlamento, por decreto.

 Desde hace días, las caceroladas persiguen al jefe del Estado y a sus ministros allí donde van. "Hay un movimiento muy amplio de descontento, que empezó en enero con las grandes manifestaciones , luego se transformó en protestas espontáneas y en choques con la policía y ahora en las caceroladas, con carácter más lúdico pero que enervan igualmente al Gobierno", constata Sebastian Roché , director de investigación del CNRS y profesor en la Universidad Sciences Po de Grenoble.  

Un Primero de Mayo clave

"Macron podía pensar que el movimiento se pararía con el reconocimiento de la legalidad de la reforma por el Constitucional , pero lo que hemos visto en cambio es una transformación del mismo", afirma este experto en declaraciones a El Periódico de Catalunya, del grupo Prensa Ibérica. En su opinión, este Primero de Mayo va ser una fecha clave y si los sindicatos logran una gran movilización, como han prometido, "la situación será delicada". "Si esto pasa, Francia entrará en una nueva etapa porque Macron no se va a mover y los sindicatos se sentirán fuertes y tampoco", afirma.

El rechazo al presidente francés no solo se manifiesta en la calle, sino también en los sondeos de opinión. El último del instituto Ifop pone de manifiesto que solo un 26% de los franceses están satisfechos con la gestión del presidente, acercándose al 23% con el que tocó fondo durante su primer mandato, en diciembre del 2018, en el punto álgido de la crisis de los chalecos amarillos, que sí le forzó entonces a dar marcha atrás en su propósito de subir los precios de los combustibles. Desde que fue reelegido presidente el 24 de abril del año pasado, su popularidad ha caído 15 puntos, y las encuestas dan ganadora a la ultraderechista Marine Le Pen en las próximas elecciones.

El régimen de pensiones francés –el tercero más caro de los países de la OCDE después de los de Italia y Grecia- estaba considerado una conquista histórica de la izquierda y una victoria del progreso social desde que en 1982 el socialista François Mitterrand rebajó la edad de jubilación de los 65 a los 60 años y fijó en 35,7 los años cotizados para lograr la pensión máxima. Ya entonces hubo quien puso el grito en el cielo alertando del aumento de la esperanza de vida y del envejecimiento de la población. Y atendiendo a esa incuestionable realidad, Macron no es el primero en meterle mano. Esta ha sido una larguísima batalla que incendia Francia desde hace décadas, con la que han tropezado varios presidentes. 

En 1993, el Gobierno de centroderecha del primer ministro Edouard Balladur elevó de 37,5 a 40 años el número de años de trabajo para una pensión máxima. El presidente Nicolas Sarkozy(también conservador)aumentó la edad de jubilación de los 60 a los 62 años y fue el socialista François Hollande quien subió gradualmente los años de cotización , que serían de 43 años en 2035. Macron rebaja esa fecha a 2027 y sitúa en 64 años la edad de la jubilación. 

Déficit de 13.500 millones

La nueva reforma es necesaria, argumenta el dirigente, para evitar un déficit que en el 2030 sería de 13.500 millones de euros. Nada que no estuviera en el programa que llevó a las urnas en abril del año pasado. "La democracia es decir lo que se va hacer y hacer lo que se ha dicho", replicó el dirigente a una mujer que se le enfrentó dialécticamente en uno de sus desplazamientos por el país, en Occitania.

Pero no es solo esta reforma que castiga a los trabajos más precarios y las personas que empezaron a trabajar antes la que ha desatado este amplio movimiento social en contra del presidente, que ya inició su segundo mandato con la mitad de los franceses en contra. El dirigente se impuso en la segunda vuelta con el 58,4% de los votos frente al 41,6% de Le Pen. Pero lo hizo con una abstención del 28% y tras haber logrado en primera vuelta solo el 27,8% de los sufragios, con lo que su victoria se debió en buena parte al voto prestado de lo que en Francia se conoce como Frente Republicano para frenar a la ultraderecha. En las legislativas que siguieron, las urnas privaron a la formación presidencial, Ensemble, de la mayoría en la Asamblea. 

En este contexto pone el acento Raquel García, investigadora del Real Instituto Elcano, para explicar la dimensión de las actuales protestas. "Este movimiento canaliza dos asuntos que revelaron los procesos electorales del año pasado: el descontento de la ciudadanía por el retroceso de sus condiciones de vida debido a la pérdida del poder adquisitivo y la desconfianza de los ciudadanos hacia sus instituciones". "El momento actual muestra un una brecha bastante profunda entre los representantes políticos y las demandas de la sociedad y reafirma una erosión en el liderazgo de Macron que ya vimos el año pasado", afirma esta analista. 

Una erosión de la que el propio dirigente pareció tomar nota cuando en la noche electoral del 24 de abril, en el Campo de Marte, a los pies de una torre Eiffel iluminada, prometió "unir a los franceses" con una "gestión renovada del poder". Como si fuera consciente de que su forma personalista de gobernar y alejado del sentir de la mayoría calle, mereciera una enmienda a la totalidad.  

Pero no. Escudándose en un artículo constitucional, el jefe del Estado ha sacado adelante la reforma de las pensiones por decreto y obviando el voto parlamentario. Y pese a que el Tribunal Constitucional ha avalado la reforma, esa forma de actuar que ratifica su concepción absolutamente vertical del poder ha acabado de enervar a mucha gente en el país que precisamente alumbró la estricta separación de poderes

Las funciones del Parlamento

"Los franceses tienen muy claro que la función del Parlamento es votar las leyes y están muy descontentos con que no haya podido hacer su trabajo", apunta Roché. "La gente se manifiesta contra una forma de gobernar, sin escuchar a sindicatos y a la calle, que decide de forma autoritaria", apunta este analista.

"Macron se reafirma como el presidente jupiteriano que quiere ser", incide García. Tratando de pasar página, el jefe del Estado ha decidido dedicar parte de estos 100 días que se ha dado a multiplicar los encuentros con los ciudadanos y recorrer el país, una estrategia que ya empleó durante la crisis de los chalecos amarillos. Pero la fractura con los franceses es más profunda que entonces y, por su forma de ser y actuar, la estrategia se le puede volver en contra. 

"Las cacerolas son para cocinar", soltó a las manifestantes que estruendosamente le recibieron en una localidad alsaciana. Y en otro gesto más ridículo que efectivo, algunos prefectos prohibieron su uso y el de «los dispositivos móviles sonoros» en las proximidades del presidente. 

Le Pen, silenciosa

Salidas de tono que contrastan con el silencio observado por Marine Le Pen, que es la gran beneficiaria de esta crisis. Al lado de un Macron que parece insensible a las preocupaciones de la mayoría de los franceses, ella sí sabe canalizar el descontento de esa gran masa social afectada por la pérdida del poder adquisitivo. Tras haber logrado en las elecciones presidenciales el mejor resultado de la historia y haber permitido por primera vez formar grupo a su formación, Reagrupación Nacional, en la Asamblea, la imagen de Le Pen sigue en clara progresión

De celebrarse hoy las elecciones presidenciales, la dirigente ultraderechista superaría el 30% del voto en la primera vuelta y ganaría con el 55% en la segunda. Macron no puede presentarse a un tercer mandato pero más allá de esos cien días napoleónicos que se ha concedido, le quedan cuatro años –difíciles, sin mayoría parlamentaria y sin un partido fuerte detrás- para acortar ese abismo que le separa de los franceses e ir cerrando cicatrices. De otra forma, el legado del jefe del Estado que hizo de las reformas su bandera para modernizar Francia será arrojar el país en brazos de la ultraderecha. 

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