Consecuencias de la guerra de Ucrania

Serbia, la pequeña Rusia que inquieta a la OTAN

El servicio secreto ruso hace campañas de desestabilización de los Balcanes desde una base en territorio serbio, según informes que maneja la Alianza Atlántica

Soldados serbios en la celebración del final de un ejercicio militar.

Soldados serbios en la celebración del final de un ejercicio militar. / Ministerio de Defensa de la Federación Rusa

Juan José Fernández

Puede que tarde en librarse del secreto de los informes militares el relato del verdadero peligro que corrió la paz en el sureste de Europa el 23 de septiembre de 2021. Aquel día bullía la ‘crisis de las matrículas’ entre Serbia y Kosovo. Aquel día, también, fue el del vuelo de helicópteros de ataque rusos Mi 24 con bandera serbia sobre el paso fronterizo kosovar de Jarinje.

Al día siguiente no eran helicópteros, sino cazas Mig 29; otra vez aeronaves serbias de origen ruso rozaban la frontera de 80 kilómetros entre Jarinje y Bernjak. Abajo, en el suelo, dos altos dirigentes visitaban una creciente acumulación de tropas serbias ante ambas ciudades kosovares: en el mismo coche, Nebojsa Stefanovic, entonces ministro serbio de defensa, y Aleksandr B. Harchenko, embajador ruso en Belgrado.

Aquellas aeronaves forman parte del arsenal que se ha ido haciendo Serbia con donaciones de Rusia desde su anexión de Crimea en 2014. Catorce Mig 29, ocho bielorrusos y seis rusos, no son los únicos regalos del Kremlin, ni tampoco los que más se miran con lupa en la OTAN.

Los 14 Mig 29 son parte del recuento que hace una nota de inteligencia kosovar fabricada para la argumentación de Prístina ante la Alianza y la UE y a la que ha tenido acceso EL PERIÓDICO. Pero las armas físicas no preocupan tanto a los destinatarios como, confirman fuentes militares españolas, las acciones en el dominio cognitivo que, desde Serbia, lleva a cabo Rusia en los Balcanes.

El viaje del almirante

Cuando aviones y helicópteros turbaban la frontera serbokosovar faltaban cinco meses para la invasión rusa de Ucrania, y apenas había comenzado Moscú a mover blindados a su frontera oeste. Que la noche siguiente no acabara yendo a más un incendio y la explosión de unas granadas en oficinas de matriculación kosovares hizo posible que, transcurrido un año, y con la guerra de Ucrania clavada en el Donbás, un jefe de la OTAN entrara con su gorra blanca, uniforme azul y cocas doradas en la sede del Gobierno en Belgrado.

El pasado 28 de octubre, el almirante Rob Bauer, presidente del Comité Militar de la Alianza, se vio con el presidente serbio, Aleksandr Vucic, y otros dirigentes políticos y militares de aquel país. Al acabar, Bauer dijo: “La OTAN respeta plenamente la política de neutralidad militar de Serbia”.

Un guiño a un país que es clave para que no se le multipliquen los problemas a Occidente; un estado que llama a la puerta de la UE sin dejar de acoger grandes intereses de Moscú; que condenó la agresión a Ucrania, pero no aplica las sanciones a Moscú; la nación que habla con la OTAN mientras se entrena con Rusia.

El almirante presidente del Comité de la OTAN, Rob Bauer, saluda al presidente serbio, Aleksandr Vucic, durante su visita a Belgrado el 28 de octubre de 2022.

El almirante presidente del Comité de la OTAN, Rob Bauer, saluda al presidente serbio, Aleksandr Vucic, durante su visita a Belgrado el 28 de octubre de 2022. / OTAN MC Odbrana

El almirante Bauer recordó en ese viaje: “Los últimos 16 años hemos ayudado a Serbia a reformar sus fuerzas e instituciones de seguridad, aumentando la interoperabilidad con las tropas aliadas”. Y es cierto; tanto como, también, que Croacia, país de la OTAN, ha tenido que añadir desde 2019 casi 1.000 millones de euros a su gasto militar -otrora de 900- para contrarrestar el creciente poderío serbio de origen ruso.

Hermandad étnica

Bauer es, al fin y al cabo, un jefe de la misma alianza que en la primavera de 1999 decidió parar las matanzas en Kosovo bombardeando con grafito infraestructuras críticas de Belgrado. Era secretario general el español Javier Solana. Y eso no se olvida aun hoy en Serbia, país con fuerte apoyo popular para la Rusia de Putin.

Por eso el pasado 24 de diciembre, cuando ya Rusia tenía millares de soldados en la frontera con Ucrania, Belgrado dio pista de aterrizaje a un avión ruso con una importante carga: misiles antitanque Komet.

Culminaba un corolario de entregas de material sobrante de Moscú y su satélite, Bielorrusia, desde 2020. El informe kosovar cuenta 30 carros T72, otros 30 blindados, lanzacohetes antiaéreos Pantsir S1 y baterías de misiles antimisil, antidron y anticaza de largo alcance del sistema ruso Buk.

La acumulación de material de sus primos tiene en Serbia metafórica relación con el nombre con que bautizó en 2015 el principal ejercicio militar que hace con Rusia y Bielorrusia: Slavianskoye Bratstvo en ruso; en serbio Bratstvo Slovena; en castellano, Hermandad Eslava.

El último acabó el 18 de junio de 2021. Puede que no fuera causal que en octubre de ese año, con la guerra de Ucrania cerca, se juntaran de nuevo los mismos aliados, y simularan una defensa con cohetes Pantsir ante un ataque aéreo occidental. El ejercicio se llamó Escudo Eslavo.

El adiestramiento conjunto se ha multiplicado. En 2012 Serbia y Rusia compartían dos actividades militares conjuntas. En 2016 fueron 50; en 2021, 104.

Pequeña Rusia

Reunidos los ministros de Exteriores de la OTAN esta semana en Bucarest, el 30 de noviembre pusieron el foco en la situación en los Balcanes, y con preocupación por la estabilidad del frágil andamiaje de Bosnia-Herzegovina.

En Nis, en el sur de Serbia, tiene sede un Centro Humanitario Ruso que para el gobierno kosovar es en realidad una base para la desestabilización de la zona. Desde 2020, según esta fuente, ha crecido la presencia de enviados de la inteligencia militar rusa GRU, que coordinan campañas de polarización identitaria sobre la población serbobosnia de la República Sparska, y también el adiestramiento, con exmilitares rusos, de las fuerzas de seguridad del líder serbobosnio Milorad Dodik y del servicio secreto serbio BIA.

Soldados rusos llegan a Serbia para participar en las maniobras Hermandad Eslava, en junio de 2021.

Soldados rusos llegan a Serbia para participar en las maniobras Hermandad Eslava, en junio de 2021. / Ministerio de Defensa de Serbia

El 28 de agosto, una manifestación de ultraderecha en Belgrado acabó con la licencia municipal para un desfile del Orgullo Gay. Ondeaban banderas rusas, y de la ‘Z’ de los tanques metidos en Ucrania. Para informes de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, la narrativa rusa prende bien en el extremismo serbio, y este sería un ejemplo.

No solo es el arraigo del conservadurismo putinista. Serbia es una pequeña Rusia para todo, también para albergar parte de la ruta de escape de opositores al líder que ha metido a la Federación en una ratonera de carros reventados, misiles estallando y retórica nuclear.

Serbia mira a Occidente y la UE es su principal cliente, la potencia que aduiere un 60% de sus exportaciones, pero la huella económica rusa se le ha multiplicado, y adquiere velocidad. Solo entre el 24 de febrero y el pasado 24 de junio, el registro mercantil serbio anotó 360 nuevas empresas y 906 inversores venidos de Rusia, según el citado pronturario de inteligencia.

Ya la gasista rusa Gazprom había tomado la mayoría en la estatal serbia NIS, y se habían asentado en la economía local la petrolera Lukoil, los ferrocarriles rusos y las hoy sancionadas Roscosmos, Rosatom, VTB Bank y Spebank.

Al fin y al cabo es la pequeña Rusia del sur. Tan ensimismada aún en su melancólica herida que el alto representante exterior de la UE Josep Borrell, en enero pasado, advirtió a la candidata Serbia de que en la UE "no hay hueco para los que niegan el genocidio". Fue tras un homenaje a Ratko Mladic, autor de la histórica matanza de bosnios en Srbrenica. Su cara ocupa un mural en Belgrado. La policía lo protege porque disidentes del nacionalismo paneslavo a veces le arrojan huevos.

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